Haití sigue siendo el país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo. Y es que once años después del terremoto que sufrió el 12 de enero de 2010, aún no se ha recuperado de dicha catástrofe, y a la pobreza, se suma el aumento de la violencia y la inseguridad, y también la pandemia del coronavirus.
El terremoto de 7,2 grados en la escala Richter asoló este país del Caribe que comparte la isla La Española con la República Dominicana al este. En concreto, provocó 315.000 muertos y 350.000 heridos, así como la destrucción de casi 300.000 viviendas y 4.000 escuelas. Se estima que quedó destruida el 65% de la infraestructura metropolitana.
Al terremoto, le siguió una fuerte crisis económica, social y sanitaria, y pese a las ayudas internacionales y de las ONGs aún no ha terminado. Pero esto último no ha sido del todo positivo en algunos aspectos, por ejemplo: la política de subsidios hizo que “prácticamente toda la comida que se consume en Haití sea importada, incluso productos como el azúcar y el arroz, que se producían sin necesidad de importaciones”, señaló Robert Fatton, profesor de la Universidad de Virginia y autor de varias investigaciones sobre el país caribeño, en BBC Mundo.
El terremoto de 2010 provocó 315.000 muertos y 350.000 heridos, así como la destrucción de casi 300.000 viviendas y 4.000 escuelas
A todo esto se suma una fuerte inestabilidad política, en julio de 2018 se postergaron las elecciones legislativas de forma indefinida y de vez en cuando ha habido protestas pidiendo la dimisión de Jovenel Moïse, que tomó posesión en 2017 y está implicado en casos de corrupción. Desde hace unos meses, la violencia y la inseguridad han aumentado, con secuestros, robos, asesinatos, violaciones y ataques de bandas armadas. Además, el pasado 7 de enero, Moïse anunció que se celebrará un referéndum sobre una nueva constitución el 25 de abril y unos meses después tendrán lugar elecciones presidenciales, legislativas y locales. Un movimiento que la oposición ve como una estrategia del presidente para extender su mandato y ha convocado protestas para finales de mes. Y no hay que olvidar que el año pasado, Naciones Unidas retiró su personal de mantenimiento de la paz.
“Los secuestros y la violencia estaban más vinculados a cuestiones políticas, pero ahora mucho de ellos se deben a la pobreza, la desorientación general y la necesidad de ganarse la vida, aunque sea de manera injusta”, ha señalado Maria Vittoria Rava, presidenta de la Fundación Francesa Rava, que lleva décadas trabajando en la isla caribeña, a Vatican News. Considera que la reforma política no es el único problema que debe abordarse, pues “Haití es un país en el que no se garantiza la educación para todos, es un país en el que el trabajo es para muy pocos y los desempleados no pueden satisfacer las necesidades de sus familias y no pueden utilizar su tiempo de forma constructiva”.
La reforma política no es el único problema que debe abordarse, pues “Haití es un país en el que no se garantiza la educación para todos, el trabajo es para muy pocos y los desempleados no pueden satisfacer las necesidades de sus familias”
En la capital del país, Puerto Príncipe, no es ajena a la situación de violencia y a sus mayores víctimas (los niños y jóvenes). En el hospital pediátrico Saint Damien, que apoya la Fundación Francesca Rava, y en el adyacente, el Saint Luc, que dirige el sacerdote y médico Rick Frechette, llegan niños que no tienen nada que ver con las pandillas, pero que se ven envueltos en su violencia: ven lo que sucede en el mundo, pero al no tener un guía son fácilmente manipulables y siguen con facilidad a quienes les suministran armas. Una violencia que “también es resultado de la manipulación política”, ha apuntado Rava.
Todo esto no ayuda en nada a Haití, donde actualmente, más de 2,5 millones de personas viven con menos de un dólar (0,8 euro) al día. Estas son parte de las 6,3 millones que viven bajo el umbral de la pobreza, según el Banco Mundial, en un país que tiene 11,26 millones de habitantes. Eso sí, algunas entidades no lucrativas siguen allí, apostando por ayudarles en su situación y para tener un futuro mejor.
Entre ellas, está Cáritas Haití, que trabaja desde 1975 en el país caribeño a través de su equipo administrativo y unos 4.000 voluntarios en las Cáritas parroquiales. En concreto, está involucrada en el acompañamiento a comunidades para que puedan desempeñar un papel en su desarrollo y se dedicándose a programas de ayuda humanitaria de emergencia, de apoyo a organizaciones agrícolas, de atención médica y saneamiento, de educación y de asistencia financiera, entre otros.
Misiones Salesianas es otra de estas organizaciones. “Los salesianos fuimos de los primeros en comprometernos en la reconstrucción del ser humano y de las infraestructuras. En esta década hemos trabajado en la reconstrucción de muchos de nuestros centros, pero con los años este impulso ha decaído. En la actualidad todo está paralizado y hay que enfrentarse a emergencias como la pandemia”, asegura Jean Paul Messidor, responsable de los misioneros salesianos en Haití.
En esta década hemos trabajado en la reconstrucción de muchos de nuestros centros, pero en la actualidad todo está paralizado por la pandemia, afirma el misionero Jean Paul Messidor
Aunque la cifra de fallecidos (240) y contagiados (casi 11.000) es baja, afortunadamente, no pone las cosas fáciles: “muchos niños han abandonado las escuelas por problemas económicos y miles de personas han perdido sus empleos”, y de hecho, el 60% de la población está desempleada. Durante el confinamiento y el cierre de escuelas entre abril y julio del año pasado, los misioneros salesianos hicieron programas de sensibilización sanitaria; distribuyeron mascarillas, kits de higiene y alimentos a más 3.000 familias vulnerables; e iniciaron un proyecto de distribución de semillas y herramientas agrícolas para ayudar a 1.500 familias. Y como no, en su labor destaca la apuesta por la educación: atienden a 24.000 niños y jóvenes, que participan en programas o acuden a sus centros educativos. “Seguimos creyendo en la educación como única salida para los niños y jóvenes más pobres”, ha añadido Messidor.
Nuestros Pequeños Hermanos (NPH) también está presente en Haití. Se trata de una organización internacional que fundó el padre William Wasson en México en 1954, después de que un niño fue arrestado por robar limosna de su iglesia y al visitarle en la cárcel descubrió que lo hizo porque pasaba hambre y pidió su custodia. El juez accedió y pocos días después envío más niños al padre Wasson, naciendo el primer hogar de NPH. La misión de esta organización es crear un ambiente familiar y seguro para niños y adolescentes vulnerables, mediante programas integrales de educación, cuidados médicos y formación espiritual, dándoles la oportunidad de desarrollar su potencial humano para que puedan tener un futuro mejor.
NPH ha construido piscifactorías, escuelas y viviendas; creado programas de deporte para inserción social de niños y jóvenes vulnerables, y ha financiado más de 400 becas universitarias
“A lo largo de estos años, la labor de NPH ha contribuido a la reconstrucción de un país que quedó hecho escombros en tan solo unos segundos”, afirma Xavier Adsara, presidente de la Fundación Nuestros Pequeños Hermanos (NPH) en Europa. “Hemos construido piscifactorías, escuelas y viviendas, hemos creado programas de deporte que han permitido la inserción social de más de 300 niños y jóvenes vulnerables, hemos financiado más de 400 becas universitarias en medicina, arquitectura, derecho, ingenierías o enfermería”, ha añadido.
Pero aún hay mucho por hacer: “Haití necesita urgentemente un futuro digno y, para ello, es imprescindible que todos colaboremos en la medida de nuestras posibilidades”. Por ejemplo, este año, NPH dará asistencia sanitaria a 80.000 bebés y niños hasta los 16 años gravemente enfermos desde el hospital Saint Damien, el único especializado en pediatría del país caribeño. También garantizará la educación de 1.000 niños de primaria y secundaria, la de otros más de 300 con necesidades especiales y apoyará los estudios universitarios de 100 jóvenes de la casa hogar de Kenscoff. Además, asegurará la alimentación diaria de 450 niños y jóvenes acogidos. Unos servicios que se unirán a la atención a casi 11.000 niños desplazados, vulnerables o en riesgo en campamentos de día con el programa FWAL.
Las iniciativas de estas organizaciones son una muestra de que Haití está a medio reconstruir once años después de haber sufrido un terremoto, que ha sido el peor desastre en la historia del país caribeño. Y tristemente, aún sigue padeciendo sus consecuencias, inmerso en una crisis socioeconómica que requiere de atención y ayuda.