El oxígeno juega un papel relevante en cualquier ser vivo, y en el caso de los humanos de carácter vital, por lo que parece impensable ver como un juego la posibilidad de quedarse sin él. Sin embargo, hace unas semanas, la Policía Local de Granada y de la localidad madrileña de Pinto lanzaron sendas advertencias sobre los riesgos para la salud del llamado “juego de la asfixia” tras detectar dos casos de adolescentes que habían perdido el conocimiento por este motivo. El juego se basa en la autoestrangulación o estrangulamiento por otra person, que es usada para restringir, debido a una compresión vascular cervical, el oxígeno que fluye hacia el cerebro, induciendo un estado eufórico breve e intenso causado por la hipoxia cerebral.
Según la Asociación Española de Pediatría (AEP), se trata de una práctica “cada vez más extendida entre los adolescentes”, que buscan repetir estos juegos, “llevándolos cada vez más al límite en busca de más placer hasta que el tiempo de asfixia es demasiado prolongado”. Lo atractivo para ellos, añade el Dr. Daniel Martín Fernández-Mayoralas, neuropediatra del Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo, es el momento del “subidón” que les provoca justo antes de perder la conciencia, que se repite cuando se recupera el flujo de sangre en el cerebro y se restaura la conciencia.
Según una revisión sistemática de la literatura científica, esta práctica se da con más frecuencia en adolescentes varones y, actualmente, se despliegan una gran variedad de técnicas
“Esta especie de asfixofilia conecta dos fuentes de euforia: el placer erótico y la hipoxia (falta de oxígeno). Cuando privas al cerebro de suficiente oxígeno, las neuronas comienzan a estresarse y a producir el neurotransmisor glutamato. El cerebro responde a esto al liberar un bloqueador del receptor (las beta endorfinas) para prevenir la captación de glutamato en la brecha sináptica, lo que evita la sobrecarga de glutamato y la pérdida adicional de células cerebrales. Este bloqueo del receptor contribuye al estado hipóxico lúcido, semi-alucinógeno”, relata este experto.
Asimismo, la liberación de beta-endorfina en el hipotálamo y la hipófisis también contribuye a la euforia hipóxica. Dicha endorfina sirve como ligando natural del cuerpo para un receptor opioide y activa la liberación de otro neurotransmisor, la dopamina, que activa los circuitos de recompensa, de ahí que “incluso pueda producirse una especie de adicción a estos comportamientos”.
Según una revisión sistemática de la literatura científica, esta práctica se da con más frecuencia en adolescentes varones y actualmente se despliegan una gran variedad de técnicas: hiperventilación, estrangulamiento con pañuelos o ligaduras o las manos, compresión del pecho y sobre todo del cuello, como reconoce el Dr. Fernández Mayoralas.
El juego se relaciona de forma inequívoca con niveles elevados de síntomas depresivos y de trastorno negativista u oposicionista desafiante
La práctica se relaciona de forma inequívoca con niveles elevados de síntomas depresivos y de trastorno negativista u oposicionista desafiante. “El juego de la asfixia representa, con frecuencia, un intento de disminuir los sentimientos depresivos (incluyendo las emociones negativas) o de afectación disfórica del afecto (adolescentes perpetuamente enfadados y estresados "con el mundo")”, apunta.
Ante la temida “normalización” de esta práctica, este experto insiste en recordar los enormes riesgos que puede conllevar para la salud causando desde dolores de cabeza, cambios de comportamiento, confusión, pérdida de memoria a corto plazo a episodios recurrentes de síncope, crisis epilépticas, hemorragias retinianas, deterioro visual, daños neurológicos y, ocasionalmente, incluso la muerte. Asimismo, recuerda a los padres que un signo típico con el que los padres pueden sospechar que su hijo realiza este tipo de actividad son pequeñas manchitas rojas en la cara, llamadas petequias. “Es algo útil y fácil de observar”, sentencia este experto.