Hasta que el amigo Georg Gänswein no nos lo contó, no sabíamos que Benedicto XVI, ya retirado en el Monasterio Mater Ecclesiae (Madre de la Iglesia) del Vaticano había ofrecido homilías sustanciosas sobre el momento actual de la Iglesia en minihomilías a su círculo más próximo.
Sobre esas homilías, dice su secretario: «Una de las primeras consistió en denunciar la persecución más sutil del cristianismo, es decir, su marginación intelectual, con la creación de una cultura anticristiana (12 de mayo de 2013), con una explicación posterior de dos amenazas contra la Iglesia: "los vientos de las ideologías, que quieren destruir nuestro cosmos, y las olas de los poderes políticos y militares, que son persecuciones y destrucción de la fe (10 de agosto de 2014)". En términos muy claros, estigmatizó las leyes sobre el aborto, el suicidio asistido y el matrimonio entre personas del mismo sexo: "Todos dicen que yo tomo la vida para mí, la puedo destruir, es mi propiedad, la soberanía, la autonomía. Pero, si profundizamos, tenemos que decir que esta tríada también implica un no al futuro: aborto, no queremos tener hijos; suicidio; matrimonio entre personas del mismo sexo, necesariamente sin hijos" (22 de septiembre de 2013)».
Parece claro que Ratzinger no se refería a la izquierda o a la derecha, sino a ambas. Se refería a la ideología que conocemos hoy como progresismo, una mesa con tres patas: aborto, eutanasia y gaymonio, y que convierte en héroes a los padres de una generación, ahora terminal, que está cuidando de sus hijos y de sus padres, sin matar ni a los unos ni a los otros. La que viene, la que ahora rige el mundo, la que posee entre 40 y 60 años, ¿puede decir lo mismo?