Hace más de medio siglo, el insigne Leonardo Castellani hablaba de la herejía contemporánea que él describía como "la naturalización del dogma". Escuchémosle: "Está bien que los predicadores derramen lágrimas sobre la pobreza del verbo encarnado pero los adultos han de hacerse capaces de la grandeza del misterio y han de espantarse, no tanto de que Dios sea un niño pobre sino simplemente de que sea un niño".
Y continúa: "la herejía contemporánea, consiste en una especie de naturalización del dogma. No tiene inconveniente en celebrar 'la fiesta de las familias' y en enternecerse ante el 'niño divino', con tal que sea divino como todos los otros niños son divinos. El cristiano debe estar atento: no es un niño como los otros niños".
Y esto es lo que yo he vivido durante toda mi vida, ya superados los 62 años: Qué bonito es el niño Jesús, un niño maravilloso, igual que mis nietos, que también son maravillosos. Pero no, el asunto no estriba en que el niño sea maravilloso, pues todos los bebés son maravillosos, el asunto es que este bebé, además de maravilloso, resulta que ¡es el mismísimo Dios!
Vivimos en la era de la blasfemia contra el Espíritu Santo, la inversión suprema de valores de toda la historia. Pero ojo, esa aberración no tiene por qué consolidarse: depende de cada uno de nosotros
Ahora bien, ni el genial Castellani, fallecido en 1981, podía predecir lo que ha ocurrido en el siglo XXI: el naturalismo, la herejía de la modernidad, a su vez, la gran herejía de la historia de la Iglesia, de la que es consecuencia ese sentido cursi de Navidad laica que poseen, incluso algunos cristianos ortodoxos, ha sido sustituido en el siglo XXI por la blasfemia contra el Espíritu Santo. Ya no naturalizamos el dogma, ahora lo que hacemos es elevar a la criatura creada, sea el hombre o el Espíritu maligno, a la categoría de Dios. No cabe mayor impostura, ni mayor blasfemia, y tal parece el final del camino.
Y sí: hablo de una cierta satanización de la Iglesia. Ya saben; que el enemigo está dentro y no sólo arriba; también abajo.
Cuando hablo de blasfemia contra el Espíritu Santo, de deificación de Satán, de cambiar lo bueno en malo y lo malo en bueno, la verdad es mentira y la mentira en verdad, cuya estación término no es otra que la abominación de la desolación, la adoración de la Bestia, no pretendo asustar.
La blasfemia contra el Espíritu Santo, que ya se ha iniciado en la iglesia, no tiene por qué continuar si nosotros nos oponemos a ella. Satán no es más que un ente creado por Dios, como todos los espíritus y todos los hombres. Satán fue el primero que eligió entre el bien y el mal y optó por el contradiós, pero él no es lo contrario de Dios: es solo el mono de Dios. Su poder es limitado y nada puede contra la gracia de Dios operando en el corazón del hombre.
En el siglo XXI hay que elegir entre Dios y Satán. Pues bien, elija siempre al Creador y no se fíe de las creaturas: ni de Satán ni de usted. Y sí: en este momento histórico y un pelín histérico todos estamos obligados a elegir
Concluyendo, el siglo XXI es un siglo tremendo, restar importancia a este especie de ataque final, sería estúpido, pero dejarnos llevar por el fatalismo resulta aún más estúpido.
En el siglo XXI, por ejemplo en este nuevo año 2023, hay que elegir entre Dios y Satán. Pues bien, elija siempre al Creador y no se fíe de las creaturas: ni de Satán ni de usted. Y sí: en este momento histórico y un pelín histérico todos estamos obligados a elegir.