La política genera corrupción siempre. La bancada socialista y la popular son los máximos exponentes en fondo y forma porque son los que más tiempo llevan en activo y por lo tanto acumulan más podredumbre. Quizá por eso, porque acumulan demasiado poder social y demasiado poder económico. Sin embargo, ninguno pondrá el cascabel al gato porque a ninguno le conviene. Compensa amontonar, como los individuos con síndrome de Diógenes, aunque ello conlleve mal olor o infecciones.
Hablo de populares y socialistas, pero desde luego no están a salvo otras formaciones. Los nacionalistas que, como paletos de salón, consideran que su tierra es suya y que, por lo tanto, tratan lo de todos los españoles como propio. La tierra de todos, la convierten en su cortijo al que explotan como si no hubiera un mañana, con la idea de que todo es por el bien de su pueblo, aunque este, el pueblo, pague por todos sus desmanes políticos y económicos más que los demás. No lo digo yo, lo dijo Isabel Díaz Ayuso marcando la diferencia entre comunidades durante su visita a la comunidad catalana: «Tenéis 15 impuestos y dos más en camino».
Otra formación que también se ha dado a conocer en la carrera de la corrupción es la ultra izquierda podemita, cuya corrupción, además de la que acontece a todos -abusar del poder que se les otorga para redistribuir y fortalecer el bien común-, corrompe la razón y se corrompen ellos mismos con y desde el poder, viviendo como la casta que pretendían ajusticiar en la guillotina social. Estos revolucionarios de moqueta y tiros largos, se vienen repitiendo desde la revolución francesa, luego con los bolcheviques, Fidel Castro, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, los Kirchner, Andrés Manuel López Obrador, Daniel Ortega… Y por fin, Pablo Iglesias con su séquito de aprovechados: Irene Montero, Pablo Echenique y todos los demás que en su vida no se vieron en otra, enriqueciéndose a costa del erario público y dando lecciones de moral desde las peanas, donde sus votantes les han beatificado y ya no importa lo que digan ni lo que dijeron.
La ultra izquierda podemita, cuya corrupción, además de la que acontece a todos -abusar del poder que se les otorga para redistribuir y fortalecer el bien común-, corrompe la razón y se corrompen ellos mismos con y desde el poder, viviendo como la casta que pretendían ajusticiar en la guillotina social
Quedan en el tintero Ciudadanos, que en vías de extinción solo están para el cotilleo morboso de quién se queda con los restos de la bestia política que fue. Y también Vox, que excepto la salida de Macarena Olona con su brote de puritanismo progre inexplicable. Hoy por hoy no hay nada que se les conozca como corrupción. Solo queda para el patio de los insultos, menosprecios y descontextualizaciones de frases o hechos. Ya veremos el día de mañana.
En política y en la alta divulgación mediática no hay casualidades. Miren que ahora, cuando la campaña política se ha puesto en marcha y los líderes políticos van calentando motores, los escándalos del PSOE cada día nos traen una nueva sorpresa. Si hacemos una valoración del tipo de corrupción que tiene el Partido Popular frente a la del Partido Socialista ¿Obrero... Español...?, existe una clara línea divisoria: los azules se corrompen con el dinero para uso propio, mientras que los rojos se corrompen socialmente con el dinero de todos los españoles. No digo si hay que valorar la cantidad, en la que también ganarían los socialistas, aunque luego sus compañeros de filas les indulten o rehagan las leyes para salvarles de la cárcel, que ese es otro tipo de corrupción que todavía nadie se había atrevido a realizar, al menos, con el descaro de Pedro Sánchez, teniendo en cuenta que Sánchez es con diferencia el mayor corrupto y corruptor de la historia de la democracia española y los 100 años de honradez de su partido.
España empobrecida por los costes de la bolsa de la compra, los impuestazos, los autónomos desolados y el paro juvenil más alto de Europa… En serio, Sánchez no tiene la dignidad suficiente para dimitir, entonces… ¿no hay motivos para echarle? Al menos, desde luego, no hay motivos para votarle
Haciendo un repaso rápido de la andadura de Pedro Sánchez podemos decir que no ha habido un mes sin metralla. Desde antes de la moción de censura que ganó a Mariano Rajoy, en la misma moción y siempre desde entonces. Si algo podría pasar con esta legislatura ha pasado y con creces. Cierto, hay cosas que no podía prever nadie como la Filomena, la pandemia de la Covid-19, la guerra en Ucrania o la inflación, pero sí su gestión: mala, cara, ausente e impositiva. Pero si queremos datos recientes, y repugnantes, que solo con eso la calle debería estar incendiada, serían la ley del Sí solo es Sí y el caso llamado “Tito Berni”. Silencio. Solo silencio y mirada al frente como si nada pasara, como si no fuera con él. Un escándalo sin precedentes que los medios silencian pero la calle no olvida -o eso debería ser-. España empobrecida por los costes de la bolsa de la compra, los impuestazos, los autónomos desolados y el paro juvenil más alto de Europa… En serio, Sánchez no tiene la dignidad suficiente para dimitir, entonces… ¿no hay motivos para echarle? Al menos, desde luego, no hay motivos para votarle.
Pero ya saben el dicho: te pueden engañar una vez, incluso dos, pero si lo hacen una tercera, la culpa la tienes tú. La izquierda, que por filosofía es más sectaria que la derecha porque sus razones no son de justicia sino de odio, tiene un suelo fijo de votantes útiles porque están encantados de dejarse mentir para que no ganen los otros. Gente de ideario anquilosado en el pasado, que piensan que siguen siendo de izquierdas y no saben que eso ya no existe, que las políticas de lo que ellos consideran izquierda y lo que ellos siguen llamado derecha, son prácticamente las mismas. Votar PP y PSOE tiene pocas diferencias en cuanto a la política social, porque ambos partidos luchan por la hegemonía progresista y el mercado es el mismo. Por eso la izquierda sigue interesada en marcar terreno, dividir a la sociedad con izquierda-derecha, Franco, Guerra Civil… y ahora con José Antonio Primo de Rivera. La derecha no tiene discurso y desgraciadamente no sabe tomar la iniciativa que les posicione y abra debate en la calle con buenas y nuevas ideas. Callan. Esperan a que se repita la película de Zapatero con Rajoy, ahora con Sánchez y Feijoó, porque la política de los populares no es hacer política, solo esperan la demolición del contrario.
La izquierda, que por filosofía es más sectaria que la derecha porque sus razones no son de justicia sino de odio, tiene un suelo fijo de votantes útiles porque están encantados de dejarse mentir para que no ganen los otros
Hoy traigo libros de hace unos años a propósito, para que vean qué poco ha cambiado el panorama político español. Libros que no son novedad pero que desgraciadamente siguen siendo actualidad.
El Maquiavelo de León (Esfera de los libros), de José García Abad. Sí, este libro tiene ya unos cuantos años, pero les propongo que hagan la comparación entre este sujeto, Zapatero, y su predecesor Sánchez: su asombrosa habilidad para los pactos más inverosímiles y para la reconversión de las alianzas; su propensión a enfrentar a sus colaboradores, y su firme determinación a la hora de eliminar a quienes le pudieran hacer sombra.
Historias ocultadas del nacionalismo catalán (Libros Libres), de Javier Barraycoa. Los casos más inverosímiles de los hitos y mitos catalanes, nos encontramos con hechos que provocarán la indignación y en otros hilaridad. Los intereses para el acceso y la continuidad en el poder de quienes disfrazan con él su ansia de poder.
España puede salir de la crisis (Planeta), de José María Aznar. No soy ningún fan del expresidente, pero creo que la caída de nivel de candidatos después de él es patente y evidente. Ninguno ha sido ni es capaz de remontar a un PSOE herido de muerte. Este libro que analiza la crisis de 2008 provocada por la inutilidad de Zapatero, podría convertirse en el libro de mesilla de noche de los nuevos dirigentes populares, algo harían bien a partir de su lectura.