Ocurrió en un pueblo de Madrid. Un sacerdote imparte una brevísima homilía en la que habla de la “apostasía general”, sin duda una de las marcas de nuestro tiempo. Nadie se da por aludido. Cosa curiosa esta: al parecer, todo el mundo coincide en esa apostasía general de la raza humana pero son muy pocos, poquísimos, los que lo expresan en voz alta.
Son tres las razones por las que algunos pensamos -esto todavía se dice menos- que la Segunda Venida de Cristo, que no tiene por qué ser el fin del mundo, aunque quizás resulte el final de la historia, está próxima. Y no es que lo desee, hay que ser tonto para ello: al parecer, según nos informó el propio Cristo, los prolegómenos de la Segunda Venida del Salvador pueden resultar un tanto desagradables: “porque habrá entonces una gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”.
Empecé a pensar en ello hace 25 años, cuando no vivíamos ese ambiente fin de ciclo y sólo pensábamos en cuánto costaría un café cuando el euro entrara en el escenario. Además, lo que me puso sobre aviso no fue ninguna noticia de alcance sino una frase evangélica que había escuchado decenas de veces pero sobre la que nunca había pensado: "Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".
La segunda cuestión que me lleva a pensar que la Segunda Venida de Cristo está próxima, además de la apostasía general, es la blasfemia contra el Espíritu Santo, el signo de nuestro tiempo y la suprema inversión de principios que se está produciendo: lo bueno es malo y lo malo es bueno; lo cierto es falso y lo falso se convierte en el paradigma de la verdad y, no menos importante, lo bello es feo y lo feo resulta adorable.
Es más, la necedad crece con fuerza, como considero que un historiador no encontraría parangón en toda la historia. La necedad que siempre es producto de una ajustada mezcla entre ignorancia y pedantería: se lo explico de otra forma. Conozco una anciana semi-analfabeta, nacida en 1930, sabe más de cosmovisión cristiana de la existencia y más capacidad de discernimiento que algún joven de 30 años.
En cualquier caso, parece como si los convencidos de que estamos en una etapa fin de ciclo, no sean ya excepción.
Lo que está claro es que la innegable apostasía general a la que estamos asistiendo, culminada con el mayor retorcimiento amoral y argumental que haya conocido la historia, debe querer decir algo.
Comprendo que vivir una época especial conlleva la resistencia a creer que se vive una época especial. Pero me temo que es así. De vez en cuando hay que aceptar lo extraordinario en medio de nuestra vida ordinaria.