Lo recoge el teólogo Manuel de Santiago en su espléndido libro Sor Lucía en Tuy, al que ya he eludido en estas páginas, citando la Exhortación apostólica de Juan Pablo II Ecclesia in Europa, de 2003. Afirma el autor gallego de Ediciones san Román que ante el signo del siglo XXI, que es la apostasía silenciosa y generalizada, nota distintiva de la actual Europa, antaño faro del mundo, sólo cabe la consagración martirial.
Dicho así, queda muy bien eso de la 'consagración martirial' pero lo que quiero decir con ello es muy simple: que la apostasía en Occidente ha llegado a tal nivel que esta generación del siglo XXI está obligada a entregar a Dios su vida y a plantearse la hipótesis, a lo mejor no tan lejana, de que tengamos que elegir lo que no tuvieron que elegir nuestros padres: entre la apostasía y el martirio. Sí, hablo también del martirio físico, de entregar la vida, algo poco deseable pero que puede convertirse en necesario.
Todo hombre debe elegir, antes o después, entre la apostasía y el martirio. O martirio de sangre, que podría ser, o el martirio cotidiano de la lealtad
Y si no nos vemos obligados a darla sí que estaremos obligados a sacrificarla. O martirio de sangre que acabe en muerte o martirio cotidiano, cada día y enfrentarse al mal con aquello que San Juan Pablo II llamaba "el martirio de la coherencia".
También puede usted engañarse y convertir cada dejación y cada cobardía en la defensa de Cristo en su ámbito de cobertura... como una muestra de sensatez y hasta de prudencia. No se lo aconsejo: a quien me negare delante de los hombres...
Hablo, y habla Sor Lucía, de Fátima. Esto es: entregarse a Dios pero con vocación de mártir. Estar dispuesto a darlo todo, también la vida, por Cristo. Ojo, y saber que el mártir nunca busca el martirio, pero si llegara, debe aceptarlo. Y hay dos tipos de martirio: el que usted tiene en mente y el cotidiano que se le exige a cualquier católico que, dado el ambiente dominante, no esté dispuesto a ocultar su fe o a modularla para que el mundo no le agreda.
Nadie desea ser mártir pero hay que estar dispuesto a serlo. Esa encrucijada siempre estará cerca en el tiempo
O sea, que la cosa se ha deteriorado tanto que ahora a los católicos se nos exige el martirio.
¿Pesimismo? No lo creo, Manuel de Santiago llama en su ayuda a la exhortación de San Juan Pablo II titulada Ecclesia in Europa. El Papa Wojtyla pergeñó en ella una de las mejores definiciones de la Europa actual: "Esta pérdida de la memoria cristiana va unida a un cierto miedo de afrontar el futuro. La imagen del porvenir que se propone resulta a menudo vaga e incierta. Del futuro se tiene más temor que deseo. Lo demuestran, entre otros signos preocupantes, el vacío interior que atenaza a muchas personas y la pérdida del sentido de la vida. Como manifestaciones y frutos de esta angustia existencial pueden mencionarse, en particular, el dramático descenso de la natalidad, la disminución de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, la resistencia, cuando no el rechazo, a tomar decisiones de vida definitivas de vida, incluso en el matrimonio".
Y todo ello, concluye Santiago, prevalece una sensación general de soledad y se multiplican las divisiones y las contraposiciones.
Y el martirio, hoy, en el siglo XXI, no es una forma de vida sino la única forma de vivir: la suerte está echada.