“A los presos de Chinchilla
les vamos a regalar
la cabeza de la Miedes
para jugar al billar.

La cabeza de la Miedes
Pronto la vamos a ver
colgadita de un farol
en medio de Zocodover”.

Carmen Miedes Lajusticia es una joven y prestigiosa doctora de Toledo. En 1936 tiene 34 años. En la Ciudad Imperial no se hablaba de otra cosa: “a la doctora Miedes durante el primer año de ejercicio no se le ha muerto ni una sola mujer ni un niño de su consulta…”, y hay que tener en cuenta que entonces las mujeres médico no tenían como pacientes a los hombres, así es que la doctora Miedes sólo atendía a mujeres, a niños y por supuesto la mayoría de los partos de Toledo.

La doctora Miedes es uno de los personajes biografiados por Jorge López Teulón en su libro Mártires a la sombra del Alcázar de Toledo, que se presentó ayer en la sede de la Hermandad de Nuestra Señora Santa María del Alcázar de Toledo. Y cuenta López Teulón que cuando poco después de estallar la Guerra Civil se produce un registro en casa de una mujer, amiga de la doctora Miedes, y uno de los milicianos le amenaza de muerte si se le ocurre ocultarla, y la mujer en su defensa replica que en Toledo se ha tomado el acuerdo de no matar a ninguna mujer, otro de los milicianos replica:

-¡A ninguna, excepto a la Miedes!

Cuando se trata enfermos desvalidos, los consuela; y si son pobres, no sólo lo no les cobra nada, sino que los provee de medicinas, y hasta invierte sus ahorros en proporcionarles alimentos, sin distinguir ideas políticas o religiosas. Ella sólo ve necesitados.

Resulta irónico que los socialistas y los comunistas de Toledo pongan en su diana a la mujer más estimada por las clases populares, como era la doctora Miedes. López Teulón da cuenta de los motivos de la estima en la que la tenían los toledanos:

“Carmen es sumamente delicada, esclava de sus enfermos -a los que llama cariñosamente sus hijos-, solícita y diligente de día y de noche. Ellos, a su vez, ven en la doctora Miedes un ángel salvador. Los niños enfermos la adoran y no quieren separarse de ella, porque mientras los medica, cambia sus ropas, arregla sus cunas y los llena de halagos y caricias. Cuando se trata enfermos desvalidos, los consuela; y si son pobres, no sólo lo no les cobra nada, sino que los provee de medicinas, y hasta invierte sus ahorros en proporcionarles alimentos, sin distinguir ideas políticas o religiosas. Ella sólo ve necesitados.

Carmen lleva a todas partes su espiritualidad. A los enfermos les hace concebir gran fe en la Providencia, que todo lo puede; y en el médico de la tierra, al que se debe considerar como instrumento del gran médico del cielo. Suele decirles: 

- Tenga usted fe en Dios, que me ha traído aquí para curar esa enfermedad que le aqueja… Usted se cura con esto y con esto… ¡Cuelgo mi título si no dominamos esta dolencia! Haga usted fuerza por la oración, mientras yo hago fuerza con los recursos médicos. 

Aún tratándose de personas de otra ideología, no omite la joven doctora el aconsejarles que unan a los cuidados de la ciencia que ella les proporciona, sus oraciones, que pueden lograr una ayuda especial de Dios. Frecuenta la confesión y la comunión, oye misa casi todos los días, reza diariamente el rosario, y cuando no tiene muchos enfermos no pierde la visita a la Santísima Virgen del Sagrario. Es también devota de la Virgen del Carmen”.

Ahora bien, ¿qué tienen los socialistas contra ella? Pues sucedió que en la Casa del Pueblo, es decir en la sede del PSOE, se convocó una huelga de camareros en toda España el 23 de agosto de 1934. Los dos hermanos Moraleda no la secundaron y fueron asesinados a balazos. Cuando se celebró el juicio, las amenazas de los socialistas cubrieron de miedo la ciudad de Toledo y algunas declaraciones fueron auténticos perjurios. Sin embargo, la doctora Miedes que fue testigo de los hechos, declaró lo que había visto. Y los tres asesinos fueron condenados a treinta años de prisión. Y tras el pucherazo electoral de febrero de 1936 que aupó al poder al Frente Popular, el gobierno amnistió a muchos encarcelados, entre ellos a los asesinos de los hermanos Moraleda. Y a partir de ese momento comenzó el calvario de la doctora Miedes, amenizado por la consabida cantinela: “A los presos de Chincilla, les vamos a regalar la cabeza de la Miedes…”.

Portada del libro de Jorge López Teulón

Y los socialistas cumplieron sus amenazas. El 4 de agosto de 1936 detuvieron a la doctora Miedes y la encarcelaron junto con las monjas de San Juan de la Penitencia. Poco después uno de los verdugos, tras gritar su nombre, se dirigió a ella en estos términos:

-Por orden del presidente del Comité, tienes que venir con nosotros para cuidar a una enferma.

Y la doctora Miedes, consciente de lo que le esperaba se dirigió así a una de las monjas:

-No lo creo. Me sacan para matarme. Enséñeme un acto de contrición breve. Y si no…, empezaré el credo…, y hasta donde llegue.

Seis milicianos la empujaron por una esclera que daba a la puerta trasera del edificio y allí mismo la asesinaron. El crimen lo presenciaron unas amigas de los verdugos, pues solía ser frecuente que celebrasen el crimen unas “tiorras”, como así las denominó Concha Espina cuando relató el martirio de las enfermeras de Somiedo. Tras caer en tierra, las tiorras la desnudaron y vejaron su cadáver mientras vociferaban:

-¡Eres como nosotras!

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Y esta es solo una de las historias de todas las que aparecen en el libro de López Telón de los mártires que derramaron su sangre a la sombra del Alcázar de Toledo, durante los setenta y dos días que duró el asedio, hasta que la ciudad fue liberada por las tropas nacionales.

 

Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá