Aclaración previa, pero creo que necesaria. Ser cristiano no es creer que Dios existe sino creer que Cristo es Dios y que ese Dios está presente, con su cuerpo, alma y divinidad en el trozo de pan consagrado que permanece en los sagrarios de todo el mundo. Ser cristiano no sólo es creer que Dios existe sino que ese Dios se encarnó en un hombre llamado Jesucristo que habitó en Israel hace 2.000 años. 

No sé por qué, pero creo que esta preliminar era necesaria. Vamos con el meollo de la cuestión.

Siempre he pensado que los ateos son bastante simples: ¿cómo se puede explicar lo creado sin un creador? Complicado. 

En cualquier caso, el ateísmo acaba siempre en demencia. Porque si el mundo no tiene explicación tampoco la tiene mi propia existencia y acabo en el suicidio o en el diván del psiquiatra. Además, no hay deseos cuerdos con esperanzas locas. O la vida está fundada sobre convicciones firmes o la vida es un asco.

La conciencia nunca se calla y la realidad nunca decepciona, pero ambas son exigentes

Añadan un segundo factor: no vivimos en una humanidad de locos sino en una sociedad de malvados. No hacen el mal porque estén locos, sino que se vuelven locos por hacer el mal. La conciencia nunca se calla y la realidad nunca decepciona, pero ambas son exigentes.

El ateísmo acaba siempre en demencia, pero el tema de dios no nos sirve de nada, porque la idea filosófica del creador es tan lógica como fría. Sólo cuando damos el paso de interpretar ese Dios creador y padre, con el personaje de Jesucristo es cuando la vida cobra sentido, cuando colocamos la última pieza del rompecabezas. Es más, la elección vital más importante es entre Cristo y la locura. Muchos lo han olvidado... y así va el mundo.