No lo aconsejo yo, sino el Catecismo del Padre Ripalda: “Adviértase que lleven pronto los niños a bautizar para que no mueran sin este sacramento y que, cuando se duda si nacen vivos, los bauticen bajo condición, diciendo: ‘Si vives, yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’”.
El Ripalda añade: “En los abortos, salen muchos con vida, aunque parezca que no la tienen”. Así que bauticen a los abortados. ¿Me refiero a los abortos naturales? Y a los forzados, aunque estos nazcan en lugares y ante personas que no creo muy proclives al bautismo.
En una sociedad desacralizada como la nuestra todos tenemos familiares que no bautizan a sus hijos con el estupendo argumento de que voy a dejar que los niños decidan cuando sean mayores, si quieren ser bautizados o no.
Ahí, los padres no sólo contradicen a la doctrina católica sino al sentido común y a la idea misma de paternidad. Porque por idéntica razón deberían dejar a su hijo sin comer... hasta que el niño no lo solicite libremente, y deberían esperar a proporcionarles una sana educación y unos modales de urbanidad hasta que el chavalillo lo solicitara.
El principal deber de la paternidad consiste en decidir por quien no puede decidir libremente, por el hijo, dado que la libertad nace del raciocinio y el bebé no razona.
Sin embargo, sí esperamos a que el niño decida si quiere bautizarse o no. Encima, sin proporcionarle, a medida que crece, los rudimentos básicos de formación cristiana, imprescindibles para que, al menos, se plantee el bautismo.
Es así como les privamos de vida sobrenatural y es así como pueden morir sin disponer de esa vida. Fiar la vida eterna al llamado bautismo de deseo, a una especie de inconsciente que anhela la visión directa de Dios: pues es posible, pero resulta de una estupidez tremenda. Ningún gestor empresarial la asumiría.
En definitiva, una de las barbaridades insonoras del mundo actual consiste en retrasar el sacramento del bautismo a los niños. Tal parece que esta aberración es producto de nuestra propia indolencia o de algo peor: si yo he perdido la fe, no bautizo a mi hijo no vaya ser que piensen que no tengo fe pero sí canguelo ante la muerte.
Bauticemos cuanto antes a nuestros hijos, con prisa. Lo aconseja el Ripalda, guía segura, donde puede leerse lo olvidado.