Santo Tomás Moro era un tipo alegre, tan alegre que en el patíbulo aconsejó al verdugo que le iba a cortar la cabeza: ¡Cuidado, no me estropees la barba!
Al primer ministro de Enrique VIII también le gustaba la ironía fina: "Bienaventurados los que se ríen de sí mismos porque tendrán bendición para rato".
Los políticos de ahora mismo en España necesitan aprender mucho de su santo patrón Tomás porque veo demasiados tics de soberbia, el más temible de los defectos y uno de los peor identificados. Notas para distinguir el orgullo, que como alguien dijo, no es un pecado sino la forma de todos los pecados:
1.La susceptibilidad. El soberbio tiene la piel muy fina. Escucho a socialistas y populares, a todo el arco parlamentario, la división entre acosadores y acosados. Todos ellos están convencidos que el acosador es el otro.
2.La pasión más venenosa del ser humano, el rencor, es otro fruto de la soberbia. Si el PP acusó a Sanchez de pactar con los enemigos de España, el PSOE lanza una contra campaña asegurando que es justo al revés.
3.El personaje que sólo habla de sí mismo. Seguro que en este punto no necesito ponerles ejemplos en cualquier partido aunque mi favorito hablando de sí mismo es... Yolanda Díaz, siempre dispuesta a contarnos sus intenciones, por otro lado bonísimas y en relatarnos sus sacrificios por el pueblo. El humilde habla mucho menos de sí mismo.
4.El orgullo no tiene espíritu de servicio. Hasta cuando se refieren al votante, los políticos españoles consideran que les están haciendo un favor.
Las conclusiones son fáciles. Pero yo resumiría estas caras de la poliédrica soberbia en lo de Tomás Moro: ríase de sí mismo, que lo suyo tampoco es para tanto.
Los políticos españoles son muy orgullosos... todavía no sabemos por qué ni de qué.