Algunos lectores no entienden por qué insisto tanto en la Blasfemia contra el Espíritu Santo. Sencillo: lean el evangelio, leído en las eucaristías del pasado lunes 22 (Mc 3, 22-27):
“Pero los escribas que habían venido de Jerusalén decían que tenía a Beelzebú, y que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios. (23) Y habiéndolos llamado, les decía en parábolas: ¿Cómo puede Satanás echar fuera a Satanás? (24) Si un reino está dividido contra sí mismo, tal reino no puede permanecer. (25) Y si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer. (26) Y si Satanás se levanta contra sí mismo, y se divide, no puede permanecer, sino que ha llegado su fin. (27) Ninguno puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si antes no le ata, y entonces podrá saquear su casa.
(28) De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; (29) pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno. (30) Porque ellos habían dicho: Tiene espíritu inmundo”.
El primer párrafo es una ironía de Cristo ante los pesaditos de los fariseos. En el segundo es cuando pronuncia las palabras más significativas: No puede perdonar la blasfemia contra el Espíritu porque el perdón es para el que lo pide y, sin arrepentimiento no es posible el perdón, y claro, los fariseos han llegado a la impostura máxima: llamar demonio al mismísimo Hijo de Dios. En definitiva, la blasfemia contra el Espíritu Santo no se puede perdonar por la sencilla razón de que el hombre no se arrepiente. Es más, invierte personas y principios: al bien le llama mal, a la verdad, mentira y a Dios, demonio.
Esto es lo que define a nuestra sociedad... y su pecado no puede perdonarse porque la criatura insiste en invertir todos los valores, principios y mandamientos. Por ejemplo, llama demonio a Dios que, por el poder de Belcebú arroja a los demonios. Pero llamar derechos a lo que son aberraciones...
Ergo, no hay arrepentimiento, ergo no puede haber perdón, ni en este siglo ni en el venidero. Pues bien, este es el problema del siglo XXI. Así que, ¿puede pasar cualquier cosa en el mundo? Sí. ¿Hay que alarmarse por ello? No, hay que recuperar la confianza en Dios y, a partir de ahí, hacer lo mismo que hacemos, sólo que un poco mejor. Es lo que siempre hemos llamado conversión.