La noche del sábado 30 al domingo 31 dormimos una hora menos, por el cambio horario obligatorio... y estamos un poco más locos. Además, para mostrar que vivimos esclavos de la tecnología, los móviles y los ordenadores ya estaban programados para el cambio y lo perpetraron ellos solitos, obligándonos a las personas a adecuarnos a la máquina y, aunque detrás de las máquinas siempre hay otro ser humano, pues la inteligencia artificial no existe... pues obligándonos a todos a adecuarnos a lo que nos impone el poder a través de móviles y ordenadores.
Con el cambio horario obligatorio se pone en marcha el primer mandamiento de toda dictadura, que se precie, bien conocido por todos aquellos que hayan leído la historia de la Revolución francesa: si quieres desequilibrar a un hombre, cámbiale el horario; si quieres desequilibrar a una sociedad, cámbiale el calendario. Y nada más maleable por el poder que una sociedad desequilibrada o un sociedad de desequilibrados.
Y quizás lo pero es que los europeos aceptamos bovinamente la imposición. Pues entonces, al menos España, debería moverse. ¿Acaso no le gusta a Sanchez ejercer el liderazgo en Europa y hasta en el mundo mundial? No se engañen: a Sánchez le encanta el cambio horario obligatorio.
Ya puestos, lo lógico es adecuarnos a la naturaleza y lo lógico aspirar a ser alondra ante que búho, porque el hombre noble vive de día y no le gusta la oscuridad, sabedor de que sólo el malvado esconde sus actos.
De ello se deduce que lo más lógico es adecuar nuestro horario al sol y a la luz. Eso, en esta latitud, significaría que los españoles deberíamos adecuarnos, no ya al horario de invierno, sino incluso una hora menos. Es decir que ahora mismo, tras el estúpido cambio del 30 de marzo, deberíamos adelanta el reloj, no una hora, sino dos, para que amaneciera antes y anocheciera antes. Y no tocar el reloj nunca más.
Seamos alondras, no búhos y no nos estropeemos la vida cada semestre por unos argumentos económicos sobre ahorro de energía que, en el siglo XXI, no tienen ningún sentido, porque los ciclos productivos han cambiado.