En Canadá, el profesor de bioética Alexander Raikin ha publicado cifras sobre la eutanasia en el país.

En concreto, si en 2016 -el primer año completo en el que la eutanasia fue legal en Canadá- fueron eutanasiadas 1.018 personas, en 2022, el último año con datos disponibles, se produjeron más de treinta y seis muertes por eutanasia al día.

En el país del progre Justin Trudeau, al programa para ser eutanasia se le denomina «asistencia médica para morir» (MAID, por sus siglas es inglés).

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Así las cosas, en el país norteamericano, actualmente la eutanasia se sitúa como la quinta causa de muerte en el país, el 4% de los fallecimientos, solo por detrás del cáncer, enfermedades cardiovasculares, COVID-19 y los accidentes.

Según Alexander Raikin, "casi ninguna solicitud de MAID es denegada por los clínicos, y el tiempo medio entre la solicitud escrita y la muerte en 2022 fue de apenas once días. A pesar de las afirmaciones o expectativas de jueces y legisladores, MAID ya no es una opción de último recurso".

Todo esto viene a confirmar el plano inclinado o pendiente deslizante por el que transitan los países que han aprobado la eutanasia: se empieza permitiéndola sólo en casos excepcionales y por voluntad propia, pero se termina aplicándola sin restricciones, a cualquier persona e incluso en contra de su voluntad, y de manera especial a los más débiles y vulnerables: enfermos mentales, ancianos, discapacitados, sobre todo intelectuales..., que no pueden defenderse ante la decisión de otros -el Estado, un médico, los jueces, los políticos o sus familiares- sobre sus vidas.

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Un plano inclinado o pendiente deslizante muy difícil de parar que provoca que la vida no tenga ningún valor, especialmente la de los más débiles y vulnerables, y que sea a ellos a quienes se termine aplicando al eutanasia incluso sin su consentimiento.

Porque la eutanasia y el suicidio asistido suponen traspasar la frontera ética de que la vida es sagrada y ni uno mismo y ni mucho menos un tercero puede disponer de ella. Esa frontera ética está en la conciencia de todas las personas del mundo, es decir, que es ley natural: respetar la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción a la muerte natural. Y esa frontera ética debería estar reconocida por las leyes: como el ‘no’ a la pena de muerte, al asesinato o al homicidio. Es decir, es la misma razón por la que hay que oponerse también a la pena de muerte, al asesinato o al homicidio: no con un argumento religioso, sino meramente humano y racional.