Los guías turísticos españoles recuerdan aquella sentencia de que "mucha ciencia acerca a Dios pero poca ciencia aleja de Dios". Y lo recuerdan, con una cierta dosis de indulgencia, que conste.
"Cuando estas sean canas, la luna tiene manchas", asegura el Fénix de los Ingenios, Lope de Vega y Carpio. Y es aquí cuando ha llegado el momento de cabrearse: visité la casa de Lope, sita en la calle Cervantes del Barrio de las Letras, y asistí al espectáculo habitual de una guía turística experta en Lope.
Nos contó una historia del Fénix de los Ingenios, según versión políticamente correcta, es decir, mentirosa, alejada de la imagen tradicional, y popular, del gran Lope... que es la verdadera.
No me detendré en todas las tontunas que escuché a quien le pagan por enfatizar la figura de Lope y lo que hace es denigrarla. Aquello era un Lope en versión secular y lo que es peor, en versión actual: machista, depredador de señoras, taimado en sus convicciones religiosas al tiempo que supersticioso: ¿cuándo se convencerán los progres de que esas dos condiciones son contradictorias?
Lope era un sinvergüenza muy auténtico mientras que Enrique VIII era un auténtico sinvergüenza, que destrozó a todo un pueblo
Sólo un ejemplo: la guía nos enseñó unos amuletos en los que, según ella, creía Lope de Vega. Hombre, que el autor de A mis soledades voy, el creador de Fuenteovejuna, el autor de La Dorotea, el formulador de los poemas más clásicos sobre la redención sobre Santa María, convirtiera su fe cristiana en un juego de pezuñas de cabra y otras tontunas similares es algo que describe la España de hoy mejor que cualquier otra cosa.
No sé si a nuestra guía le fastidiaba el éxito de Lope de Vega, también con las señoras. Pero como era un tipo humilde, tras sus devaneos se arrepentía y volvía a empezar. O sea, Lope era justo lo contrario de muchos autores actuales que siguen los pasos -la comparación la tomo prestada del filósofo Jacinto Choza- de Enrique VIII. Lope de Vega disfrutó de alguna de las mujeres más hermosas del momento. Luego se arrepentía, se confesaba e incluso profesaba. Por contra, Enrique VIII se empeñó en que el Papa debía aprobar su divorcio con su legítima esposa para legalizar (normalizar, diríamos hoy) su relación con Ana Bolena, pero como era un soberbio engreído, ante la negativa papal decidió autoproclamarse Papa y se autoconcedió el divorcio de Catalina, además de casarse con otras cuantas.
Sin embargo, Lope sólo coleccionó amantes, no esposas y no se autoproclamó Papa. Quiere esto decir que Enrique VIII no se arrepentía de nada, Lope de Vega de muchas cosas. Y por todo esto, Lope era un sinvergüenza muy auténtico, mientras que Enrique VIII era un auténtico sinvergüenza, que destrozó a todo un pueblo.
España sufre un revisionismo histórico que nos incapacita para admirar lo admirable. Nos encanta autoflagelarnos pero no sabemos arrepentirnos
Volvamos a nuestra guía porque lo del Lope atontado y amante de supercherías me fastidia bastante más. Que el autor de centenares de comedias que levantaron sonrisas y carcajadas en varias generaciones, de 4.000 sonetos, de los mejores poemas sobre la Encarnación, la Redención o la Santísima Virgen María, un tipo recio y profundo capaz de acercarse al misterio y entrar en el enigma, el autor de A mis soledades voy, Fuenteovejuna y La Dorotea, me le presenten como un melindroso lleno de tabúes, prejuicios e imposturas, mire usted, señora guía...
Y sobre todo, es una muestra más que indica por qué España no marcha: por ese revisionismo histórico que nos incapacita para admirar lo admirable. Nos encanta autoflagelarnos pero no sabemos arrepentirnos. A partir de ahí, todo es nostalgia de infertilidad. Hemos aprendido poco de Lope.
Además señores: más respeto al Fénix de los Ingenios.