Mi primera reacción fue de indignación, cuando ayer por la noche recibí la noticia de que las concepcionistas franciscanas del convento de Cristobaldegui en San Sebastián, la séptima fundación de Sor Patrocinio en 1866, cerraba y se ponía a la venta por falta de vocaciones. Por lo contrario de aquello de que ojos que no ven corazón que no siente, resulta que como este convento lo he visto fundar a través de los documentos del siglo XIX y hasta he estado dentro de él consultando su archivo, lo quería como cosa mía. Y por ese motivo me indigné.

Me indigné porque el cierre de este convento es otro más de los muchos que cada día aparecen en la prensa, y lo seguimos viendo como si no estuviera pasando nada. Sí, ya sé que todos los católicos somos responsables de la tibieza generalizada que se ha instalado en la Iglesia de Cristo, pero también sé que “todos somos responsables, pero algunos más responsables que otros”, parafraseando a George Orwell. Como en su día escuché a un santo sacerdote, el mal en la Iglesia está dentro y arriba.

Yo he sido testigo durante toda vida de lo que ha estado pasando. Por situarlo en el tiempo, exactamente desde aquel día en el que el cura de mi parroquia, celebrando todavía la Santa Misa de espaldas al pueblo se dio media vuelta y en lugar de decir Dominus vobiscum, soltó lo de “el Señor esté con vosotros”. Y de aquellos polvos estos lodos malolientes que están sepultando los conventos y en definitiva, la fe de las familias cristianas. Pero no concretaré por acogerme al remedio popular: “Si quieres ser feliz como dices, no analices”.

Con la fundación del convento de Jesús, María y José parecía cumplirse el deseo que Sor Patrocinio expuso por carta a la reina, Isabel II, el 9 de septiembre de 1861: “Fundar una comunidad en cualquier pequeña población de Asturias, Galicia o Provincias Vascongadas, lo más lejos posible de la Corte

Al sentimiento de indignación se impuso el de dolor, al recordar la fundación de este convento: el séptimo de los 19 que fundó la conocida como ‘la monja de las llagas’. Transcribo lo que en su día escribí en mi biografía de Sor Patrocinio:

“El 17 de junio de 1866 Sor Patrocinio ponía en marcha una nueva fundación; era la séptima, si a las seis que propiamente hemos llamado fundaciones, añadimos la reforma de Manzanares. Esta iniciativa tenía el nombre oficial de convento de Jesús, María y José y estaba situado en el barrio de Loyola, en las inmediaciones de San Sebastián (Guipúzcoa). Parecía cumplirse el deseo que Sor Patrocinio expuso por carta a la reina, Isabel II, el 9 de septiembre de 1861: “Fundar una comunidad en cualquier pequeña población de Asturias, Galicia o Provincias Vascongadas, lo más lejos posible de la Corte”.

El nuevo convento se iba a instalar en un caserón que había construido en 1860 una conocida donostiarra, Teresa Burgué, que quería destinarlo para refugio de jóvenes desamparadas. Y con el nombre de El Refugio es como se empezó a conocer esa construcción. En su caritativo empeño, Teresa Burgué contaba con la colaboración de otra mujer, María Magdalena Minondo. El Refugio se construyó al este de Loyola, casi en el límite de Martutene, en un paraje conocido como Cristobaldegui, por el nombre que tenía un caserío que allí había. El proyecto de Teresa Burgué no se pudo poner en marcha y el gran edificio quedó sin función. Fue entonces cuando lo adquirió Sor Patrocinio, por lo que popularmente el nuevo convento pasó a ser conocido por estos dos nombres: El Refugio y Cristobaldegui.

Sor Patrocinio salió de Aranjuez con 16 monjas. Hicieron el viaje en tren, en el que Sor Patrocinio tuvo muchas molestias, porque a su precario estado de salud, con continuos dolores de cabeza, se le vinieron a sumar, como escribe su secretaria, “el ruido infernal del tren al atravesar los túneles, nunca vistos por mi madre

Recibidas las correspondientes licencias del arzobispo de Toledo, Sor Patrocinio salió de Aranjuez con 16 monjas. Hicieron el viaje en tren, en el que Sor Patrocinio tuvo muchas molestias, porque a su precario estado de salud, con continuos dolores de cabeza, se le vinieron a sumar, como escribe su secretaria, “el ruido infernal del tren al atravesar los túneles, nunca vistos por mi madre”. La línea de tren Madrid-Irún llevaba muy poco tiempo en funcionamiento; de hecho, el rey Francisco de Asís había presidido el viaje inaugural el 15 de agosto de 1864.

Los comienzos no pudieron ser mejores, como cuenta Sor María Isabel de Jesús: “Llegadas a Loyola, fue excelente y gratísima la impresión que recibió mi amada madre, llamándole especialmente la atención el ser pequeño y limpio el convento, las hermosas vistas que tenía el río [Urumea] y el ir y venir de las pescadoras. El entusiasmo de la población fue muy grande, y la apertura del colegio colmó la alegría de todos. Se hicieron solemnes fiestas de inauguración y se emprendieron, enseguida, las obras convenientes de ampliación para las clases. Tuvo mi madre Patrocinio la inmensa satisfacción de ver enseguida los frutos abundantísimos de esta fundación, no solo en el mucho bien que las religiosas hicieron, por medio de la educación de las niñas, sino también en la multitud de vocaciones que aparecieron en las jóvenes desde un principio, llegando a ser aquella comunidad una de las más florecientes y fervorosas de nuestra reforma”.

Sor María Isabel de Jesús refirió: “Tuvo mi madre Patrocinio la inmensa satisfacción de ver enseguida los frutos abundantísimos de esta fundación, no solo en el mucho bien que las religiosas hicieron, por medio de la educación de las niñas, sino también en la multitud de vocaciones que aparecieron en las jóvenes desde un principio

Y tras el sentimiento de dolor, acabó invadiéndome el agradecimiento porque en este convento he encontrado el mejor de los hallazgos de todos los que he hecho, en tantos años que investigo la vida de Sor Patrocinio. En enero del año pasado, el convento de Cristobaldegui era uno de los pocos sitios por los que pasó Sor Patrocinio que todavía yo no había visitado. Lo cierto es que, sin motivo alguno ni justificación, nunca tuve esperanzas de encontrar documentación en el archivo de ese convento, y vencido por la pereza todavía no me había acercado a este convento.

Pie de foto: Reliquias de Sor Patrocinio del convento de Cristobaldegui

 

Pero animado por la madre Piedad, la abadesa del Caballero de Gracia de la calle de Blasco de Garay de Madrid, que siempre ha sido para mí un apoyo, firme, leal y sonriente, me decidí a emprender el viaje. Ella me facilitó el contacto con la madre Trinidad, antigua abadesa de Cristobaldegui y devota de Sor Patrocinio, quien a su vez me proporcionó el teléfono de la madre Presentación, la actual abadesa del convento de Cristobaldegui. Bien es cierto que la posibilidad de pasar un día con mi hijo Javier, que reside en San Sebastián, me dio el último empujón. Pero lo cierto es que saqué el billete con muy pocas esperanzas de encontrar documentación.

A las pocas ganas de viajar se unieron el bomboleo y los baches del vuelo de Iberia 498 del 17 de enero de 2023, como yo nunca había experimentado. Lo cierto es que mis compañeros de asiento tenían cara de miedo, de muchísimo miedo. Y yo, que habitualmente lo paso regular en los viajes de avión, ese día estaba tranquilo con la seguridad de que no iba a pasar nada, hasta el punto de que yo mismo me sorprendía de mi serenidad cuando veía la cara de preocupación de mis compañeros de asiento. El señor que tenía sentado a mi izquierda me pidió perdón por verse obligado a hacer uso de esas bolsas de papel, que uno piensa que las ponen de adorno porque nunca se van a tener que utilizar, y lo digo en plural porque después de la suya, también utilizó la mía. Al descender en el aeropuerto de San Sebastián, de repente y muy cerca de tierra, el pilotó abortó el aterrizaje y en un giro muy brusco levantó el morro del avión y acabamos aterrizando en Bilbao, desde donde nos llevaron en autobús hasta San Sebastián. Habíamos despegado de Madrid a las 7,30 de la mañana y cinco horas después, acompañado de mi hijo Javier, nos recibía en Cristobaldegui su abadesa, la madre Presentación.

Cuando vino la madre abadesa, la madre Presentación, naturalmente, le pedí que si de entre tantas reliquias me podía dar una. Y esta fue su respuesta: “Don Javier, puede llevárselas todas

Nos quedamos solos mi hijo y yo, en una habitación donde había un armario que guardaba el archivo del convento, del que mi hijo iba sacando cajas y cuadernos, para que yo fuera apartando lo del siglo XIX. Y no habían pasado ni diez minutos, cuando me dijo: “¡Papá, no te imaginas lo que hay en esta caja!”. Y comenzó a sacar hasta doce mitones, varias tocas, paños del costado de Sor Patrocinio con manchas de sangre que extendimos en la mesa. Indescriptible lo que sentí en esos momentos: sin duda, era lo mejor que me ha sucedido en toda mi vida de investigador.

Y a la emoción de haber encontrado todas esas reliquias iba a sobrevenir todavía otra mucha mayor. Cuando vino la madre abadesa, la madre Presentación, naturalmente, le pedí que si de entre tantas reliquias me podía dar una. Y esta fue su respuesta: “Don Javier, puede llevárselas todas”. La madre Presentación me las ha dado porque sabe que las voy a custodiar con todo mi cariño y sumo cuidado, y por eso hemos firmado un documento como prueba y garantía de la cadena de custodia.

Pie de foto: Paño que Sor Patrocinio se aplicó en la llaga del costado. Reliquia encontrada en le convento de Cristobaldegui

 

Y con un inmenso agradecimiento en mi alma me he despertado esta madrugada y me he puesto a escribir este artículo, porque hasta ayer por lo noche no había comprendido, aunque lo sospechaba, la razón por la que la madre abadesa de Cristobalegui me entregó todas esas reliquias tan importantes de Sor Patrocinio, que permanecían metidas con desorden en una caja. Ahora estoy convencido de que de no estar en mi poder en la actualidad, al cerrar el convento y trasladar las pertenencias de las monjas, los responsables de la mudanza al no saber lo que significaban “esos trapos viejos con manchas de sangre” los hubieran tirado a la basura. Gracias a que eso no ha sucedido, los tengo en mi poder, no se los pienso dar a nadie, y a nadie es nadie, porque tengo la absoluta confianza de que mi familia los entregará a la Iglesia para la veneración de los fieles cuando llegue a buen puerto el proceso de beatificación de Sor Patrocinio, porque estoy convencido que Sor Patrocinio algún día acabará siendo canonizada, a pesar de que, como en la Iglesia, también en su proceso de beatificación las dificultades están dentro y arriba.

 

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá