La cantidad de sandeces que hemos oído a sesudos clérigos y a sesudos laicos con motivo del Sínodo de la Sinodalidad durante los últimos dos años precisaría de libros de muchas páginas. Ahora mismo, comienza la fase final del puñetero Sínodo y, visto lo visto hasta ahora, es como para echarse a temblar.
Está claro que este parece un momento crucial para la Iglesia, pero mejor no entrar en cuestiones doctrinales. Es lo importante, desde luego, pero mucho me temo que no es de lo que va a depender el Sínodo, porque esto también forma parte de la más grave crisis de la historia de la Iglesia: la actual: que lo doctrinal se ha vuelto secundario o sencillamente negado.
El papel del Papa consiste el que el Sínodo de la Sinodalidad sinodalizada termine con la reafirmación de la doctrina de la Iglesia. Por ejemplo, acerca de la familia, la sodomía, etc. Así, el Sínodo resultará inútil pero no maligno
De entrada: la Iglesia no es una democracia. Como ya no se puede evitar, esperemos que este Sínodo termine como el de la familia o el del Amazonas: con un documento de Francisco... que contradiga a los sinodales. Así lo hizo Francisco, dejando a toda la clerecía progre contentísima de haber pronunciado durante semanas todas las sandeces del mundo para, a la postre, terminar con que la Iglesia no debe adaptarse a los tiempos sino los tiempos -que no es otra cosa que el hombre- a Cristo.
Dicho de otra forma, el papel de Francisco consiste el que el Sínodo de la Sinodalidad sinodalizada termine con la reafirmación de la doctrina de la Iglesia. Por ejemplo, el Sínodo de la Familia que terminó con la exigencia perenne de que para tomar la comunión es necesario estar en gracia de Dios o el Sínodo de la Amazonía, donde quedó claro que un sacramental no es un sacramento y volvió a dejar claro quién puede consagrar, hay pocos o muchos sacerdotes, y hay que entronizar la Eucaristía. En definitiva, que nada tiene que ver cómo empezaron estos dos sínodos a cómo acabaron: empezaron mal y terminaron bien. Espero que el Sínodo termine igual.
Pero es una esperanza. A ver cómo termina el mes.
Comienza el Sínodo de la Sinodalidad: un momento crucial para la Iglesia. Conviene recordar esto: la Iglesia no es una democracia. En la Iglesia sólo manda uno, o sólo es uno el que debe mandar: Cristo.