Miércoles 31 de julio, San Ignacio de Loyola. La fiesta de todos los Ignacios y de los Íñigos. Al fundador de la Compañía de Jesús ya no le reconocen mucho en la Iglesia pero lo peor es que tampoco le festejan en la Compañía de Jesús. Alguno sabe que su gran obra evangélica fueron los Ejercicios Espirituales, el silencio como vehículo para el trato directo con Dios y aún se le identifica menos con el santo que predicó la alegría como la virtud más importante en la ascesis de un cristiano. Iñigo de Loyola era, sobre todo, un soldado alegre que sabía en qué predios opera el silencio: en el mundo de la infancia espiritual.
Me temo que estas palabras pueden sonar un tanto huecas a muchos jesuitas de hoy: la Compañía de Jesús necesita recuperar el silencio y la alegría. O sea, necesita refundarse.
Los sucesores de San Ignacio han perdido en santidad pero se resisten a perder poder en la Iglesia. Los jesuitas de hoy recuerdan el viejo paradigma de que los curas nunca se salvan ni se condenan solos. Lo dicho: que recuperen el silencio y la alegría. Que vuelvan a Ignacio de Loyola. La Iglesia les necesita, no figurando sino evangelizando.