Comunicación y empresa, un binomio de éxito. Así se titula el libro de Carlos Díaz Güell, uno de los más que buenos periodistas españoles. Admiro a Carlos... a pesar de ser uno de esos “cagatintas” progres que protagonizaron la Transición política.
En serio, durante su etapa profesional, Carlos estuvo en los dos lados de la barrera: en la información y en la comunicación. En la información, entre otros en El País, cómo no, cuando El País era un periódico digno de ser tenido en cuenta, de esos periódicos progresistas que te cabreaban tanto como te ilustraban. Sus premisas eran incontestables y sus conclusiones majaderas. No como el diario de la PRISA de hoy, cuyas conclusiones son tan majaderas como sus premisas. Aquel era un El País para seguir y discutir, el de hoy es para huir.
Luego, Carlos se pasó a la comunicación y resultó ser un comunicador de primera, cuando Iberia era una compañía importante, antes de convertirse en una multinacional. Finalmente, también fue el portavoz del Banco de España, probablemente su éxito profesional más sonado. Consiguió que BdE pasara de ser emisor de moneda y de pedantería a emisor de información.
Terminó su exitosa carrera en el Banco de España porque a Miguel Ángel Fernández Ordóñez, un hombre siempre pendiente de justificar sus decisiones, no le gustaba que un periodista tuviera tanto protagonismo. Lo dejo ahí.
Como digo, Carlos Díaz Güell, no confundir con su hermano Luis Díaz Güell, otro gran periodista, es un ilustrado progresista, pero de aquellos progres de los años 80 y 90 del siglo XX y primeras décadas del siglo XXI, que amaban, si no la verdad, en la que no todos creían, sí el rigor -¡qué error que inmenso error!-. A pesar de tan lamentable herejía, de ellos, insisto, siempre se puede esperar algo bueno.
Al progre le gustan los cuentos sin moraleja, sin darse cuenta de que si un relato no tiene moraleja tampoco tiene final
Ahora, ya jubilado, don Carlos ha escrito un libro realmente espléndido sobre la tarea de los portavoces empresariales, hoy conocidos como directores de comunicación o ‘dircom’. Un gran libro que debe guardarse como una enciclopedia. En él está todo. Los periodistas de la Transición española eran muy enciclopedistas, si hubiesen vivido en la era de Internet seguro que habían inventado la Wikipedia. En Comunicación y empresa, un binomio de éxito, el resumen de 40 años de comunicación empresarial en España está perfectamente relatado. Eso sí, con escaso cariño hacia los mencionados: al progresismo le están prohibidos los afectos, no puede permitirse cariñitos, solo definiciones científicas sobre hechos probados. De este modo, se corre el riesgo de que los lectores se enteren de la historia de todo y del significado de poco. No digo de nada pero sí de poco. En el caso del binomio te enteras de bastante, de mucho.
Es que estos grandes -insisto grandes y buenos- periodistas de la Transición se guiaban por el mismo principio que el actual Rey de España, Felipe VI: ante todo que no me pillen en un renuncio. Podéis criticar mis conclusiones pero no lo conseguiréis con mis premisas.
Por eso, insisto, Carlos Díaz Güell, partidario, como no podía ser menos, de la transparencia de las grandes empresas españolas -transparencia que nació anteayer- merece un aplauso cerrado. Es un libro que supone un trabajo ímprobo, que seguramente muy pocos habrían podido culminar.
La única pega que le pongo es esa, que cuando he terminado su lectura solo se me ha ocurrido una pregunta: de acuerdo, pero ¿transparencia para qué? La respuesta cristiana sería para la verdad, por supuesto. O como decía el banquero Luis Valls, el banco más transparente que ha existido: “Quiero que todo el mundo en este banco, sobre todo los directivos, sepan que si hacen algo se va a saber”. Se refería a aquel glorioso Repertorio de Temas, donde el Popular, cada año, confesaba sus pecados, aun manteniendo al pecador en el anonimato.
Y es que la transparencia, por sí misma, vale de poco, porque no es un principio, es un método y confundir principios con métodos está en la raíz de este nuestro desastroso siglo XXI. Hay que concluir. Al progre le gustan los cuentos sin moraleja, sin darse cuenta de que si un relato no tiene moraleja tampoco tiene final, es un relato fallido.
Para el progresismo, cualquier conclusión es un dogma y ellos no son dogmáticos. No han escuchado a Chesterton: “Sólo conozco dos tipos de personas, los dogmáticos que saben que lo son y los dogmáticos que no saben que lo son”.
Dicho esto, mi amigo Carlos ha hecho un libro sencillamente genial, trabajo ímprobo de una generación de periodistas digna de elogio. Yo sólo espero que en los años que les quedan de vida abjuren del progresismo y sean felices.