No soy un entusiasta de la Constitución de 1978. Nació en un mundo entregado el relativismo moral, que es tanto como entregarse a la necedad rimbombante.
El 6 de diciembre de 1978 fue mi primera votación -acababa de cumplir los 18 años- y aunque era un demócrata entusiasta, mucho más que ahora, ya colaboraba con grupos provida y sospechaba, que el artículo 15, el de "Todos tienen derecho a la vida", así, sin la necesaria especificación temporal ("desde la concepción hasta la muerte natural") no serviría como defensa frente al aborto.
En paralelo, estamos mitificando la democracia: oiga, no es para tanto. Es tan sólo el peor de los sistemas posibles, una vez descontados todos los demás
Y el aborto, la tragedia de nuestro tiempo, implica el asesinato cobarde del ser humano más inocente y más indefenso, el concebido y no nacido.
Cuarenta y cinco años después, con el artículo 15 tan vigente como todos los demás, los mercaderes de la muerte, apoyados por leguleyos han retorcido su significado y España es hoy uno de los países más aborteros del mundo y donde menos se respeta a los débiles.
El resto, o la gran mayoría de los artículos de la Constitución están bien. Pero insisto: una constitución no es otra cosa que una declaración de derechos, un vademécum explicación de buenas intenciones.
La Constitución de 1978 nació en un mundo carcomido por el relativismo moral. Y claro, todos sus artículos se pueden interpretar como a cada cual le venga en gana
No, están bastante bien... si no se hubiera emitido en 1978, cuando ya la sociedad se encaminaba hacia la blasfemia contra el Espíritu Santo, la inversión suprema de valores donde lo bueno es malo y lo malo es bueno, donde los antivalores se convierten en valores y las aberraciones en principios. Hoy así, el éxito de la Constitución de 1978, que tan sólo 25 años atrás hubiera resultado muy loable, incluido el artículo 15, a partir de la sociedad en disolución de los años sesenta del pasado siglo, es decir, a partir de nuestra generación aturdida, no podía sino malograrse. En una sociedad en donde los deseos se convierten en derechos y la censura en libertad (ejemplo, los delitos de odio) el texto constitucional no se ha quedado obsoleto pero sí está siendo constantemente malinterpretado, además de utilizado de forma maliciosa. Por poner un ejemplo, lo que se juega en el artículo 15 es más importante que lo que se juega en el artículo 2, la unidad de España (con serlo esto segundo, también) pero ahora la discusión sobre la Constitución se ha reducido a esto: a la unidad de España que el abrazafarolas de 'Puchimón' quiere cargarse.
Ahora bien, que la Constitución de 1978 llegara tarde, no es óbice para no respetar una norma que nos hemos dado y que, bien que mal, ha funcionado durante 45 años.
Los cazadores de bulos, que no los bulos, junto a los delitos de odio, que convierten al disidente en delincuente, constituyen los dos gusanos que están destruyendo el sistema democrático y el llamado estado de derecho: están forjando el pensamiento único. Y lo hacen en nombre de la democracia
El problema radica en que hasta los presuntos entusiastas, de la Constitución, los que con más interés proclaman su vigencia y maravilla -mismamente, Pedro Sánchez- se están dedicando a ultrajarla de continuo. Por ejemplo, para celebrar el cuadragésimo quinto aniversario, el presidente del Gobierno, con el único objetivo de mantenerse en la poltrona presidencial otros cuatro años, humilla a todos los españoles negociando con un prófugo de la justicia el futuro de España, en un paripé ginebrino que suena a choteo del bueno.
Por tanto, el aniversario de la Constitución corre parejo a un curioso proceso de mitificación de la democracia como sistema político, proceso que se ha disparado desde que el 1 de junio de 2018 Sánchez accedió el poder. Y lo peor: mucho me temo que el nuevo dios-democracia, que tan sólo es el peor sistema de gobierno una vez descontados todos los demás, está siendo destruido. Sí, destruido, precisamente por aquellos que más le invocan. Si lo tenemos delante: el sanchismo, no lo olvidemos, va a gobernar España con todos aquellos que odian a España, lo cual, sin duda, es el arquetípico de la democracia.
De cualquier forma, una cosa no es buena porque sea democrática. Democrático es todo aquello elegido por la mayoría, pero puede tratarse de una aberración, de una salvajada.
Una cosa no es buena porque sea democrática. Democrático es todo aquello elegido por la mayoría pero puede tratarse de una aberración, de una salvajada
Otras formas que contribuyen a desestabilizar la democracia son los bulos, que desinforman al pueblo y desestabilizan el sistema. Ojo, no hablo, no de las 'fake news', que duran menos que un caramelo a la puerta de un colegio, sino de los cazadores de bulos', de los Newtral y Maldita, aunque hay muchos más, que no persiguen las mentiras sino que persiguen a los políticamente incorrectos. Estos son los verdaderos enemigos de la democracia... y de la convivencia.
En paralelo a los cazadores de bulos, figura el otro arma para acabar con la democracia que se presenta, también, como uno de los soportes del sistema. como es habitual en el progresismo, siempre peligrosamente cercano al cinismo, como la gran defensa de la democracia.
Los delitos de odio constituyen el más preciado fruto del pensamiento único: si no piensas como yo es porque me odias. Ergo, todo opositor al sistema es un odiador y no tiene derecho a hablar porque cuando habla, divide a la sociedad. En España, estos delitos de odio (artículo 510 del Código Penal) están penados con hasta entre 3 y años de prisión, no es cosa de broma.
Los delitos de odio, además, constituyen la mejor excusa para terminar con la libertad de prensa y de expresión. Permiten perseguir con toda la fuerza de la ley, de la Policía y de la judicatura a cualquier disidente, convertido ahora en delincuente, que se atreva enfrentarse a lo políticamente correcto. Todo aquel que se enfrente a lo políticamente correcto.
Y todo ello coloca a la colectividad en un estado mental muy peligroso, porque tanto los delitos de odio como los tópicos al uso, sea la emergencia climática, la violencia de género o el feminismo histriónico, otorgan a los gobiernos poderes crecientes sobre la ciudadanía y dota de poderes especiales a esos gobiernos en las circunstancias más cotidianas y menos extraordinarias.
Sí, celebremos la Constitución pero no olvidemos que en 2023 vivimos en una España con la Constitución ultrajada.