Es general que nos cueste salir de las rutinas de la vida, sobre todo si es en contra de nuestra voluntad, porque somos seres de costumbres fijas y, cuantos más años tenemos, estamos más anquilosados en nuestros hábitos, horarios y gustos.
Pero fíjate que soy de la opinión que el COVID19 nos ha venido a sacar de todo lo estipulado, incluso a obligarnos a quedarnos en casa, rompiendo con todo lo establecido, desde nuestro ritmo familiar, la forma de trabajar o incluso de consumir ocio... y que seguramente ya nunca volverá a ser igual. Pero de todo lo que nos ha venido a dar la vuelta, quizá sean las tradiciones lo que más nos haya alterado. Las tradiciones son aquellos actos culturales y sociales que nos anclan a nuestras raíces, lo que de alguna forma nos da seguridad ante la incertidumbre de lo desconocido, porque tienes el respaldo de años, de generaciones de personas que te informan de que aquello funciona y que, además, agrupaba a la sociedad en torno a una misma idea que daba unidad a nuestros actos, lo que nos afianza más en nuestra forma de vida.
El Covid-19 nos ha obligado a cambiar lo más difícil: nuestras tradiciones
Y con esto llegamos a meollo del asunto, lo que nos toca de lleno en estos días: ayer la Cuaresma, ahora la Semana Santa y el punto final: la Resurrección de Nuestro Señor. No hay ninguna generación en la actualidad que haya tenido la experiencia -excepto durante la II República y evidentemente la Guerra Civil- de vivir estos días sin la liturgia abierta, la parafernalia que nos acerca a recogernos estos días e interiorizar, momentos que nos vuelven al Señor con el afán del arrepentimiento y los propósitos de ser mejores hijos pródigos cada año que pasa.
Pero esta pandemia, como todas las demás que ha pasado a rodillo a la humanidad, ha traído más bueno que malo, aunque el camino haya sido doloroso y la peregrinación aparentemente larga, porque esta sequedad escenográfica que las procesiones, los santos oficios, misas solemnes, congregaciones populares de piadosos Vía Crucis nos lleva obligatoriamente a buscar dentro de nosotros lo que antes nos era regalado para los sentidos. Hombres y mujeres que se recogían ante una imagen, tantos que se removían ante los nazarenos mortificados o el sentimiento de la belleza que se expandía en nuestro interior ante los pasos majestuosos con las imágenes que nos evocaban los sentimientos más puros y elevados… Ahora hemos quedado huérfanos de sentimiento para unos y de sentimentalismo para otros. ¿Y ahora qué hacer sin el amparo que tanto nos ayudaba al volver la mirada a Cristo?
El coronavirus nos obliga a buscar dentro de nosotros lo que antes nos era regalado para los sentidos
Lo primero que tenemos que hacer es tener clara una realidad que tantas veces ha sido engañada por la buena intención de vivir a tope estos días: Cristo ya murió, resucitó y no lo volverá hacer. Cada Semana Santa sólo es un recuerdo, una representación artística y nostálgica que nos ayuda a reconocernos como lo que somos: pecadores. Sólo -y cuando digo sólo quiero decir exclusivamente-, en la Eucaristía se vive, vivimos, de forma, real y misteriosa el sacrificio incruento de Cristo en la Cruz, donde dona su Cuerpo y su Sangre, libremente, por Amor. Lo demás es teatro, representación, ficción de unos hechos que ya fueron y que solo la vuelta Gloriosa del Hijo de Dios enmendará.
Por esta razón, estamos ante un regalo de Dios para todos aquellos que no queremos conformarnos con unos días de vacaciones y una efímera sensación de culpa que tratamos de ahogar ante una de gambas con la cañita fresca en el chiringuito cerca de nuestra sombrilla. ¿Cuántas veces hemos compaginando la playa con Dios, llegando a la Misa del Jueves Santo por los pelos, sacudiéndonos la arena de la playa, con las chanclas puestas todavía y la camiseta arrugada y oliendo a aceite de coco?
Sí, definitivamente, esta Cuaresma con su Semana Santa ha sido cambiada por una santa cuarentena que bien podríamos usar a nuestro favor en el aburrimiento de tu día a día -aunque soy de la opinión de que sólo los tontos se aburren- y comenzar a preguntarte por una vez qué puedes hacer tú por Jesús, por la Iglesia, por los demás… y no al revés. Sí, haríamos una buena procesión de intenciones, unos oficios santos cargados de propósitos y unas mortificaciones llenas de rectitud de intención.
Esta Cuaresma con su Semana Santa ha sido cambiada por una santa cuarentena. Puede serlo
No tenemos excusa. Las tecnologías y nuestra intención de corazón, solucionan cualquier carencia que ayer la calle nos ofrecía. Hay app, plataformas, canales, webs, a diario para oír misa, rezar el rosario, asistir a los oficios, música sacra que nos pueden ayudar a recogernos y sacerdotes con pláticas diarias que sin duda nos ayudarán a dejar nuestra orfandad espiritual a un lado y estar más que nunca acompañados del Señor. Incluso si quieres, reposiciones de procesiones que a algunos les pueden ayudar.
Resurrectio: el sepulcro vacío de Jesús de Nazaret (Sekotia) de Laureano Benítez Caballero. Un estudio muy completo con un análisis social, cultural, político y religioso de cómo o por qué aquellos hechos de la resurrección de Cristo pusieron de nuevo patas arriba los estadios de poder y populares de su época. Resurrectio es la segunda parte de Crucifixio: una investigación sobre los enigmas de la Pasión de Cristo.
Divino amor hecho carne (Homolegens) de Cardenal Raymond Leo Burke. Si hemos perdido el sentido de reverencia y profunda gratitud ante el Sacrificio Eucarístico y la Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo en la Hostia consagrada, entonces no reconoceremos la verdad que se halla ante nuestros ojos.
El misterio de la Cruz (Buena Nueva) de Odo Casel. La tesis fundamental de la doctrina del misterio afirma la presencia sacramental del acto mismo de la muerte y resurrección de Cristo, en sentido sacramental y no en el físico, en la Eucaristía y en algunos otros actos principales del culto cristiano. Para Casel el misterio de Cristo alimenta el misterio del culto, para que nosotros, mediante el segundo, podamos llegar a la realidad del primero.