Fue en el londinense Hyde Park, en 2010. El entonces Papa Benedicto XVI dijo lo siguiente "En nuestro tiempo, el precio que hay que pagar por la fidelidad al Evangelio ya no es ser ahorcado, descoyuntado o descuartizado pero a menudo implica ser excluido, ridiculizado y parodiado".
Para entendernos: el precio de la coherencia puede ser el martirio (esto es de Juan Pablo II), pero habitualmente es el llamado ninguneo flagrante o choteo general. No es grave para la salud, salvo para la salud mental, pero resulta de lo más molesto.
Cristiano: no serás ahorcado pero sí ridiculizado. Y todo ello concretado en el habitual: respetamos tu derecho a ser católico mientras tus prácticas religiosas y tu influencia social se reduzca a tu habitación, como mucho a tu hogar. Desde luego, con las ideas tan extrañas que defiendes, no te está permitido actuar en la vida política, social e incluso vecinal. A ver si te enteras: tu ejemplo, creyente, no resulta edificante en democracia.
Respuesta lógica: el católico actual, al que siempre se ha pedido discreción, debe convertirse en un exhibicionista de su fe, no debe callar ni debajo del agua, está obligado a provocar, porque si desaprovecha la menor oportunidad este atropello a la libertad religiosa no va a quedar así: se hinchará.
Así que ya lo saben: el rosario en la mano, la cruz en el pecho y el catecismo en la boca. Y no dejen de evangelizar -de dar el peñazo- a tiempo y a destiempo. Están en su derecho y en su deber... de compensar la marginación.