Entrevista en la tele pública al presidente de los hosteleros madrileños. Una tertuliana extraordinariamente progresista, realiza una pregunta, que tarda en formular no menos de un minuto. Con el entrevistado intentando entender su significado: ¿Verdad que estamos obligados a reducir el número de turistas en Madrid?
Las aglomeraciones en restaurantes y terrazas es evidente. Es más: soy de los que braman contra la manía de estarse moviendo continuamente. He vivido un verano en medio de aglomeraciones, tanto del centro como de la periferia, y busco a toda costa lugares donde se pueda vivir el viejo dicho: me gusta la humanidad en distintos grupos de a 100, no de a 100.000.
Hay cosas que no se pueden prohibir aunque haya muchas razones para prohibirlas
Ahora bien, plantearle a un hostelero que por el bien del planeta y de la sanidad mental de la humanidad, hay que reducir el número de turistas y, con ello, la movilidad del personal... bueno me parece demasiado creativo.
Los progres, ya se sabe, necesitan una campaña cada trimestre, para poder continuar alimentando su ansiedad. Al parecer, la nueva campaña se llama masificación del turismo.
Convendría resistirse lo más posible a estas tentaciones que consisten en prohibir a la gente salir a la calle, o viajar, o vivir como les dé la real gana. Hay cosas que no se puedan prohibir aunque haya muchas razones para prohibirlas. A la gente hay que dejarla en paz, que viva como quiera. El veto siempre debe ser el último recurso, antes de degenerar en un sistema totalitario, que se resume así: todo lo que no está expresamente permitido, queda prohibido.
La civilización cristiana se ha fraguado sobre la libertad del hombre y es la historia de la historia de la libertad. Por tanto si nos han puesto una guindilla en el pompis y tenemos la necesidad de estar viajando todo el día, la solución no es prohibir los viajes, sino huir de las multitudes. Siempre habrá una posibilidad y, en cualquier caso, si no la hubiera, los primero es la libertad y la acción pública de los gobiernos debe partir de esa premisa. Dejen ustedes que la gente haga lo que le venga en gana, porque el hombre es libre.
A la gente hay que dejarla en paz, que viva como quiera. El veto siempre debe ser el último recurso
En resumen, deje usted que la gente haga lo que le venga en gana. Si le apetece moverse continuamente de un sitio a otro, el Estado debe prever, en la medida de lo posible, esa ultramovilidad. La civilización cristiana, es decir, Occidente, se ha fraguado sobre la libertad del hombre, no sobre su seguridad, que suele ser la excusa habitual. Si no, reparen en el tráfico. Desde el momento en que enciendes el coche, es imposible no estar vulnerando unas cuantas normas de las que nos impone, en progresión geométrica, ese paradigma de nuestro tiempo que es el secretario general de Tráfico, Pere Navarro.
¿No sería mejor rebajar el número de normas y evitar aquel sarcasmo genial de los taxistas, que algo saben del tráfico: “Por tu seguridad, pasa por caja”.
Hay cosas que no se puedan prohibir aunque haya muchas razones para prohibirlas. A la gente hay que dejarla en paz, que viva como quiera. El veto siempre debe ser el último recurso.