Comenzar y recomenzar, es la tarea de cualquier ser humano que desea avanzar, incluso triunfar, aunque no se llegue al éxito. La vida es cíclica y tendemos a la rutina de las costumbres y, aun así, en muchas ocasiones nos empeñamos en que lo que vivimos y cómo lo hacemos sea diferente porque la vida se nos antoja aburrida y descolorida, un sucio gris que cualquier persona, animal o cosa creemos que brilla más que nosotros. Una actitud penosa, que todos pasamos por ella en algún momento. Y es una pena porque nos olvidamos que cada uno de nosotros somos únicos, irrepetibles, exclusivos para el mundo y para Dios. Si nuestros juicios están provocados por lo que nos rodea, no viviremos la realidad real de nuestra vida, sino la de los demás.

Dentro de las rutinas, las tenemos diarias, semanales, mensuales y anuales. Qué pocos hechos de nuestra vida no son rutinarios: quizá nuestra boda, el nacimiento de un hijo, la muerte de un ser querido... Pero el resto de nuestros actos dan vueltas como una lavadora que unas veces aclara y otras centrifuga. El caso de hoy es una de esas rutinas anuales, la de volver al trabajo después de disfrutar de las merecidas vacaciones. Volver a madrugar, saludar a los compañeros, entrevistarse con el jefe, el atasco para llegar, el problema de aparcar cuando regresas a casa cansado y hambriento... Y, además, mantener la sonrisa en familia, escuchar a los hijos, las compras preescolares... Sí, lo de siempre, y aun siendo lo de siempre seguimos sorprendiéndonos como si fuera nuevo.

Para no tener miedo terrenal, hemos claudicado de nuestro Dios proveedor

Efectivamente, como si fuera nuevo empezar otra vez y lo malo es que nos justificamos, cuando no tenemos eso que llaman ahora depresión postvacacional. Me van a perdonar los doctores que desconfíe de esta nueva enfermedad del siglo XXI, porque no recuerdo a mis padres tener esas depresiones, ni a los padres de mis amigos, y si entonces se tenía que hacer, se apechugaba sin victimismo o más virilidad. Llegaba la hora de trabajar y se trabajaba. Lo que pasa es que hoy a los pecados capitales se les da nombre científico. La pereza o que algo nos salga mal, nos ponemos tristes porque no es como lo teníamos planeado, eso no es depresión, se llama soberbia o autocompasión. Y al final es como tantas otras facetas de nuestra vida en la que no nos queda otra que vencernos a nosotros mismos.

Somos una sociedad mimada y malcriada, y eso que todos trabajamos mucho. Pero somos incapaces de enfrentamos a problemas reales sin las coberturas que la socialdemocracia nos regala con nuestro dinero contributivo. Y diré de paso que los Estados están felices con este patriarcado poderoso del que dependemos completamente. Les hemos entregado nuestra libertad y nuestra felicidad a cambio de no tener miedo al porvenir. Y para no tener miedo terrenal, hemos claudicado de nuestro Dios proveedor. Nuestra incertidumbre batalla entre una pensión a los 65 años o el "Dios proveerá", que cuando no se tiene fe ni esperanza, el segundo es un muy débil argumento.

Pero cuando se llega a esa fase de depresión -lo pongo en cursiva para entendernos-, quizá nos hemos olvidado de las idas y venidas a los chiringuitos, del consumo absurdo de tantas cosas y la relajación de las costumbres, de demasiadas costumbres. Ya avisé hace varios fines de semana que una forma de mantener al intelecto al ralentí para cuando haya que volver al duro combate del día a día y que no nos devoren las depresiones postvacionales es la lectura. No sé si muchos me han hecho caso, pero quien diga que sí, estará satisfecho consigo mismo y yo con él, y sus compañeros, y su jefe, y su familia, porque se podrá estar junto a él sin estrés, sin que te cuente qué dura es su vida o sin hablar la primera semana incluso después de tomar el café del desayuno. Y es que la lectura repara el espíritu y nos convierte en señores de nuestros pensamientos porque de alguna forma, cuando el ocio sine die se extiende como una lengua pegajosa, lo mejor es tener ideas propias, y buenas, que nos alejen de tal asquerosidad.

La lectura repara el espíritu y nos convierte en señores de nuestros pensamientos 

Volver a la rutina con alegría. Volver al quehacer diario para sentirnos útiles y hacer algo por los nuestros, que son nuestra familia y nuestro país... Pero si la envidia laboral de este país es la prejubilación de unos pocos a las cincuenta y tantos, estamos muy lejos de ser y hacer lo que debemos. También convendrá volver a la rutina que nos ayudaba a estar cerca de Dios, que posiblemente se nos ha ido algo de las manos, y ese reencuentro con Él es una señal de que sí, de que de verdad has vuelto a casa.

La Visión (Librando Mundos) de José Ramón Vilarroya Gabiola. La sinopsis del libro te espeta las siguientes preguntas en forma de reto: ¿Te gustaría tener una gran fuente de energía personal a tu disposición? ¿Te interesa saber de qué forma tu subconsciente sabotea tus proyectos y qué tienes que hacer para evitarlo? ¿Quieres levantarte lleno de motivación por las mañanas y crear una vida próspera? Clica en el enlace y descubre la respuesta.

A pleno empleo (NLE) de Luis Mª Cano. Si tu problema al volver de las vacaciones es que no tienen donde trabajar porque las circunstancias te han llevado a ese desagradable puerto, el autor de este sencillo manual para buscar trabajo te ayudará y además te hará sonreír, porque es está escrito con la idea de que buscar trabajo sea un trabajo tan alegre como el que se encamina a un despacho, fábrica o comercio.

La alternativa católica (Reflejos de Actualidad) de José González Horrillo. Pues no se crean ustedes, que eso de volver al trabajo debería ser con nuevos elementos en nuestro interior para tener una visión renovada de la vida y de esto va esta recomendación. El mismo autor del súper ventas Católicos sin complejos, también escribió este breve manual sobre la Doctrina Social de la Iglesia, que es la gran desconocida para los cristianos y sobre todo para el mundo. Es un ensayo breve que recoge los aspectos más reseñables al común de los mortales: el trabajo, justicia social, la mujer, etc. Explicado de forma muy divulgativa y que -perdonen mi osadía-, debería ser libro de apoyo o lectura en los alumnos de bachillerato de todas España, al menos de los colegios religiosos. Otro gallo cantaría.

Para más comentarios sobre el autor, pueden visitar su página de Twitter aquí.