La Agencia Zenit lo ha explicado muy requetebién. El Papa Francisco aprovechó una audiencia para explicarles a los sacerdotes cómo deben confesar. Les ha dado consejos muy atinados tales como callar, escuchar y perdonar. Lo único que echo de menos, dadas las circunstancias actuales de la especie humana, es que muchos acuden a la confesión para dos tareas que no pueden realizarse en silencio: para que les aclaren las cosas y para ser consolados. Y eso me temo que no puede hacerse sin hablar o hablando apresuradamente.
Es cierto que, en ocasiones, los confesores se ven forzados a encaminar al penitente por los caminos doctrinales, no por los del diván del psicoanalista. Y eso es precisamente lo que aclara Francisco: el confesor es un administrador de la gracia de Dios, no un psiquiatra que interpreta la mente del penitente... ni la mente de la esposa del penitente, mismamente.
Consejos del Papa Francisco a los confesores: callar, escuchar y perdonar. ¿Y aclarar?
Luego está lo de “no hables mucho”, un consejo acertado y no sólo para confesores sino también para penitentes, incluso para el conjunto de la humanidad, en su totalidad manifiesta y mayormente para la clase política ‘todera’, que es aquella que, como su mismo nombre indica, sabe de todo.
Ahora bien, lo único que echo de menos del pontífice en su alocución a los confesores es una petición para que... confiesen. Oiga, y si se tratara de una orden y no de una petición... pues como que no sucedería nada.
Un principio primero de lo más interesante, porque los confesionarios continúan criando telarañas. Además, desde el púlpito apenas se anima a los fieles a confesar y resulta que sin confesión no hay vida interior, es decir, no hay vida.
De cualquier forma lo de “No hables mucho” es un gran consejo... incluso para los no confesores
Pero lo que más me ha gustado de la alocución papal son estas palabras: “El deseo de Dios”. Las iglesias están vacías pero el afán de eternidad del hombre, ese que sólo Dios puede saciar, no se ha reducido ni una centésima. Entre otras cosas porque, o sientes deseo de Dios, el único que puede saciar, o estás muerto. Mejor, estás zombi, un muerto en vida o un vivo-muerto.
“Deseo de Dios”, una realidad formidable. Ahora ya sólo hay que recuperar la confesión, por parte de los penitentes y por parte de los curas, que huyen del confesionario como de la peste.