Fin de semana del 25 de marzo, nueve meses antes de la Navidad, es el Día del Niño por Nacer, fiesta católica de la Anunciación. Decíamos ayer, que el valiente Pablo VI y el osado San Juan Pablo II dejaron bien claro que el acto conyugal tiene dos objetivos: el unitivo, el amor entre los esposos, y la procreación. Los dos al mismo tiempo, no vale sólo uno. Ergo, los anticonceptivos están prohibidos para un católico en todos los casos. Y punto.
La Humanae Vitae se promulgó en 1969, el 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, patrón de España, y tan sólo dos meses después del Mayo francés. Habrá que recordar que lo que pretendían los muchachos de Dany el Rojo en 1968 era refocilarse con las estudiantes de Nanterre. Igualito que lo que decía aquel fundador del partido de Pablo Iglesias Turrión, hoy en el Gobierno de España: “Montamos Podemos para follar y resulta que ganamos las elecciones”. De ahí surgió el siglo XXI, con unos líderes como Emmanuel ‘lolito’ Macrón, cuyo ideario político puede resumirse así: “Todos a fornicar pero sin enfermar, con condón”. A partir de ahí, ya puedo casar las cuentas públicas en materia de pensiones.
En algunos casos, para regularizar el ciclo menstrual femenino y si la intención primera no es evitar la concepción hijos... falacias. Pablo VI lo dejó bien claro: con anticonceptivos no se pueden mantener relaciones sexuales
Pues bien, frente a esta macedonia mental y moral se alzó San Pablo VI en 1968, con tres objetivos:
1.Obedeced a Dios, que no creó animales sino seres racionales, capaces de elegir entre el bien y el mal.
2.Para proteger al más inocente y más indefenso de los seres humanos, el concebido y no nacido.
3.Para proteger a la mujer.
Repasemos, queridos niños: un católico no puede tomar la píldora en ningún caso, tampoco con la excusa de que así se puede regular el ciclo menstrual y aplicar métodos naturales. En primer lugar, porque un cristiano se casa para aceptar con alegría los hijos que Dios quiera darle. Sólo por causas graves y de forma transitoria, así lo dice la doctrina católica, puede optar por métodos naturales de anticoncepción que, en situaciones de normalidad, también están prohibidos. Y desde luego, nunca jamás debe utilizar la píldora y al mismo tiempo convivir sexualmente.
Esto es mucho más verdad hoy que ayer, porque, en 2023, todos los anti-babys que se despachan en las farmacias son potencialmente abortivos (pueden actuar antes o después de la concepción) y porque ahora caminamos hacia una radiante era de abortivos químicos -los grandes laboratorios ya no necesitan mentir y hablan, no de píldoras anticonceptivas sino de píldoras abortivas- donde ya se vende directamente, la llamada píldora abortiva para uso, no hospitalario, sino en tu propia casa, en tu propio retrete.
El aborto aniquila al niño, destroza a la mujer y envilece al varón
Recuerda aquella vieja cuestión sobre el divorcio que le plantean los fariseos a Jesús, asegurando que Moisés les dio la posibilidad de divorcio fácil, a lo que Cristo responde: por la dureza de vuestro corazón, os permitió Moisés... pero al principio no fue así... lo que Dios unió no lo separe el hombre.
Pues bien, ahora ocurre lo mismo aún con algo más grave que el divorcio: con el aborto. Y no, no hay excepciones y así lo deja claro la Humanae Vitae de Pablo VI. Se convive sexualmente para unirte a tu mujer y para tener hijos. Para ambos objetivos, no sólo para uno de ellos porque, además, no nos engañemos: son inseparables. Si lo haces, atente a las consecuencias. Recuerde que la ley moral actúa como el viejo argumento catequético: el hombre es libre para tirarse por un barranco pero no para evitar las consecuencias de tirarse por un barranco.
En cualquier caso, para un católico, la convivencia conyugal tiene dos objetivos: la unión y la concepción. O los dos o ninguno. Y el que niegue esto no está en comunión con el Magisterio, es decir, está excomulgado.
En la festividad de la Anunciación, Día del Niño por Nacer, conviene recordar estas olvidadas cuasi-evidencias.