Me lo cuenta un informático español que trabaja en Alemania. Ante las vacaciones, toda la plantilla de su empresa ha sido advertida: si os marcháis de vacaciones a un país pintado en rojo en los mapas de las autoridades sanitarias alemanas, España, por ejemplo, y cogéis el virus, se os podrá despedir por motivos justificados. Además, si no se les despide pero solicitan la baja se la pagarán ellos, de su bolsillo.
Es decir, que eres libre para ponerte o no ponerte la vacuna. Sólo que si no te la pones no puedes viajar, te pueden echar del trabajo, no podrás entrar en un restaurante, tendrás que soportar una continua avalancha de test y, en pocas palabras que te llamarán de todo menos bonito. Eso sí, eres libre para no vacunarte pero no para que se te respete por no hacerlo.
Y en cualquier caso, ya se está aplicando el pasaporte sanitario, o como quieran llamarle. Si no te has vacunado tendrás que encerrarte en casa. Serás una paria y, además, culpable.
Por cierto, aumentan en porcentaje las recaídas de no vacunados: puede ser por las variantes, pero ahí queda el dato. Yo me fío de Dolca Catalunya: ahí va.
Termino con unas palabras que me parecen sabias de mi amigo, el carlista Javier Garisoain: “No. Aún no me he vacunado. Y creo que si no nos estuvieran machacando insistentemente con la obligatoriedad ya me habría vacunado. Tiendo a fiarme de los médicos, especialmente cuando aconsejan desde la humildad, conscientes de las limitaciones de la ciencia. Pero eso de que venga el gobierno a exigirme que me pinche para entrar en un bar, o en un museo, para comprar o para vender, la verdad es que no me suena nada bien. Prefiero seguir vigilante, a ver qué pasa.
Pues eso.