El artículo de Fernando del Pino, hermano del actual presidente de Ferrovial, Rafael del Pino, merece la pena. Como siempre bien documentado, un apellido famoso en el mundo empresarial español se hace preguntas que terminan en tesis: no me gustan las vacunas.
Al tiempo, en Suecia se deja claro que las vacunas para niños entre 5 y 12 años deben mantenerse en un segundo plano. Los suecos no ven claro cuál es el beneficio que se obtiene de vacunar a los niños que apenas sufren el Covid.
Y es que, aún aceptando que las vacunas puedan resultar útiles para mitigar los efectos del Covid, hasta la más leve crítica a las vacunas se persigue: de lo más sospechoso.
No se puede hablar de efectos secundarios de las vacunas, ni de una eficacia apenas probada -de repente, el efecto de las vacunas se reduce- tampoco del origen de las vacunas -en cuya fabricación se utilizaron células provenientes de abortos-, ni tan siquiera hacerse preguntas sobre por qué este virus presenta tanta resistencia a la inmunización natural. O por qué razón llevan más de un año engañándonos acerca de cuántas dosis tendremos que inocularnos para estar inoculados. Sospecho que una por mes.
Todo ello dentro de un desconocimiento tan total sobre este virus que, por de pronto, empieza a molestar la prepotencia con la que los llamados 'expertos' (es decir, aquel que obtenga el título directamente del poder) condenan a los 'no expertos' al silencio.
Porque aún aceptando que las vacunas puedan resultar útiles para mitigar los efectos del Covid, hasta la más leve crítica a las vacunas se persigue con saña: de lo más sospechoso.
Aún aceptando que las vacunas puedan resultar útiles para mitigar los efectos del Covid hasta la más leve crítica a las vacunas se persigue: de lo más sospechoso
Los tragacionistas son mucho más fanáticos que los negacionistas. Y la culpa no es de los gobiernos: las empresas privadas están forzando la vacunación con el chantaje más duro que pueden ejercer: quitarte el trabajo.
Para muestra de fanatismo tragacionista, el caso de Australia -recuerden el caso Djokovic-. El siguiente vídeo es para echarse a temblar.
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En cualquier caso, y más cuando lo único cierto es que sabemos muy poco de este virus a ciencia cierta, me quedo con el sentido común antes que con la evidencia científica que, por cierto, no sólo ha fallado sino que, además, o es evidencia o es científica.
Porque el fanático no es aquel que no deja hacer sino aquel que ni tan siquiera permite hablar. Y si se ve obligado a permitirlo ni tan siquiera piensa en los argumentos ajenos: simplemente descalifica al oponente. Por ejemplo, le tilda de negacionista y ahí termina el debate.
Para mí que lo más racional, y científico, resulta lo del cuadro que figura en una congregación de religiosas: para luchar contra el Covid nada mejor que la adoración eucarística, rezar el rosario en familia (aunque sea con bozal) y vivir en gracia de Dios. Insisto: la Providencia nunca nos decepciona, la ciencia, por contra, nos está fallando más que una escopeta de feria.