Es igual que Ómicron sea menos letal que Delta, lo mismo da. Como da lo mismo que empiece a percibirse cierto decaimiento del virus: de lo que se trata es de acongojar al personal, que no decaiga ni el miedo ni el pánico y, mayormente, y en pocas palabras, fastidiemos al ciudadano.
El mismo país que ya está aplicando la cuarta dosis, Israel, el abanderado de la vacunación, asegura ahora que a lo mejor suprime las restricciones y permite que todo el mundo se contamine con Ómicron. Como asegura su primer ministro, si no es posible impedir el avance de Ómicron, contagiémonos todos, dado que no resulta mortal salvo en muy contados casos y cuanto antes nos inmunicemos de forma natural, mejor que mejor.
Ojo, esta no es una medida contra la vacunación sino contra las restricciones, que son las que más molestan. Especialmente, las mascarillas o bozales, convertidas en acto de humillación al ciudadano, aunque algunos de esos ciudadanos tienen tanto miedo que no se sienten humillados. Es más, se comportan como agentes sobrevenidos de la autoridad competente, y abroncan a quienes se atreven a ir por la calle a cara descubierta.
Y es que el tirano no necesita ni mojarse: ha conseguido sembrar el pánico y ejerce si tiranía de forma vicaria: los propios ciudadanos se convierten en delegados suyos sin que nadie les anime a ello.
En cualquier caso, recuerden el argumento del gobierno israelí: si resulta imposible detener a Ómicron y si el contagio no es mortal, ¿para qué seguir con las restricciones? Contagiémonos todos y acabemos de una vez.
Ni tan siquiera entro a valorar la eficacia de las vacunas. Jerusalén no lo hace. Simplemente, van hacia la inmunización natural que, por cierto, parece más duradera.
Llega la Tribunal Constitucional la gran cuestión científica del momento: ¿cantar en la iglesia contagia? Pues prohibamos cantar. La gente podría alegrarse
Y ahora hablemos de lo que ha ocurrido en una iglesia del norte de Italia. El cura, durante la homilía osa hacerse preguntas sobre la eficiencia de las vacunas. Sólo eso... y los fieles se marchan en señal de protesta: ¿cómo se atreve el mosén a vulnerar lo políticamente correcto? Ya saben; creer, obedecer, luchar. Y eso que el pobre cura sólo había defendido a quienes pensaban distinto y a pedir a la feligresía que no les convirtieran en leprosos.
Por cierto, ¿la grey huida cumplió luego en otra iglesia el precepto dominical o pasaron de él? Porque si no lo hicieron ya sabemos cuál era su prioridad. A lo mejor eran partidarios de la eucaristía a la carta, la propia de quien sólo se preocupa por la salud del cuerpo y no la del alma.
En cualquier caso, ¡qué raza más crédula! Otra coña internetera al rebufo de la tontorrona credulidad de las masas ante el poder, aunque en este caso la imagen nos retrotraiga a Ronald Reagan, que ya cumple años en el camposanto. En efecto, nos estamos tragando todo el alfabeto griego.
Y otra estupidez Covid: recuerden que Javier Lambán, mandamás socialista de Aragón, ha prohibido cantar en las Iglesias como una restricción más del Covid. Pues bien, los protestantes protestaron como su mismo nombre indica, y ahora la cosa anda ya en el Constitucional. Sí, porque, según Lambán, otro gobernante histérico, cantar contagiaba.
Bueno, según Lambán y según la alegre Margarita del Val, uno de las científicas que más sale por la tele: prohibido cantar.
Sí, la necedad crece y una de sus principales vetas es la necedad Covid.