Como a la fuerza ahorcan, ya me han inoculado -con perdón-, he recibido mi primera dosis de vacunil por lo que, según este reconocimiento lamentable efectuado por el firmante de la presente nota, aprovecho porque, al menos, antes de calificarme de negacionista tendrán que argumentar algo… aunque no tengo muy claro el qué. Ergo, es el momento de contar la siguiente historia.
Me estrenaba yo como becario periodista en Pamplona, en la Delegación navarra de La Gaceta del Norte, durante los años de plomo de ETA en Vascongadas. Entre la peña periodística se contaba un dicharacho sobre el ideario proetarra EGIN, que puede resumirse así: llega una periodista de EGIN a la plaza del Castillo y afirma:
-Buenos días, vengo por lo del atentado.
-¿Qué atentado?
En ese momento estalla un ruidoso artefacto explosivo y el escribano aclara:
-Por ese.
No se por qué me he acordado de esta anécdota justo cuando leo que, según fuentes de toda solvencia, se aproxima el tenebroso regreso de un modo de polio procedente de Estados Unidos -¿de dónde si no?-.
El equipo de agoreros se complementa con una segunda información, procedente del equipo científico habitual, más reconocido como recopilador de evidencias, donde se nos habla de una necesaria cuarta dosis de vacunación, además de informarnos sobre todos los irresponsables e insolidarios que pretenden divertirse como si nada hubiera ocurrido ¿Acaso puede permitirse? ¡Qué horror, en este local se juega! Y entonces es cuando aparece nuestra ministra Darias (¡San Antonio de Padua le bendiga!) para asegurarnos que España ya está preparada para una tercera dosis. Y para una cuarta, doña Carolina, y una quinta, y una sexta… y una decimonovena.
Esta sociedad se está convirtiendo en previsible, en una sociedad de lo más programable. En todo. De repente, los talibanes advierten que debe apresurarse la evacuación de occidentales en Afganistán porque se teme un atentado y, miren por donde, en 48 horas de produce el susodicho atentado donde son asesinadas unas 200 personas, entre ellas, varios soldados norteamericanos.
Lo dicho: vivimos en una sociedad de lo más previsible. A lo mejor, gracias a las evidencias científicas. Es verdad que del virus sabemos poquito pero no me digan: hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad.
Los únicos que, a pesar de todas las evidencias -científicas, como creo haber dicho antes-, continúan sospechando que aquí hay gato encerrado son negacionistas y conspiranoides. ¡Cabrones!