Benito Mussolini se subió a la tribuna de oradores y clamó al cielo: "¡Dios, aniquílame!". Dios no lo hizo y entonces don Benito llegó a la conclusión de que Dios no existía o quizás de que Dios no se atrevía con Benito o, simplemente, se trataba de una demostración más del ateísmo del fascismo italiano.
Giovanni Guareschi, un católico de nuestro tiempo, tan es así que fue perseguido por los comunistas pero destruido por los demócrata-cristianos, interpretó el desafío musoliniano de otra forma: Dios no tiene prisa. En efecto, con el tiempo, Mussolini fue eliminado y no con amabilidad.
He recordado la anécdota porque me sorprende, no la negación de Dios, sino la minusvaloración de Dios, lo que nos lleva a la aclaración de Pablo de Tarso: de Dios nadie se burla. Y se podría añadir aquello de: el brazo de Dios no ha perdido fuerza. Y aquello otro, también de Guareschi: y llega un momento en el que el Padre Eterno, se cansa, mueve la falange pequeña del dedo meñique de su mano izquierda y todo salta por los aires.
Claro, pero, entonces, ¿por qué no actúa ante un mundo de cristofobia creciente? Pues la respuesta una vez más, está en la gran cuestión patente, pero que nadie se atreve a formular: si Dios permite el mal no es porque ame el mal, tampoco es por debilidad, es porque ha creado al hombre libre. Ya saben, lo de la queja de Santa Teresa y la respuesta del Creador:
-Yo quería, Teresa, pero los hombres no han querido.
De Dios nadie se burla y, al final, casará su misericordia con su justicia.