Lo he leído en un envío carlista y me ha gustado. Estos tradicionalistas poseen la insondable virtud de hacernos recordar la que nunca debimos olvidar: “Dios no pedirá victorias, nos pedirá cicatrices”.
En efecto, los criterios humanos tienen poca influencia en el Reino de los Cielos, donde los currículos no se fijan por victorias sino por el coraje de no renunciar a la batalla por el bien.
Para el cristiano lo que importa no es vencer, porque la vida es una batalla de mentira, el único que triunfa es Dios, y Dios, como recordaba el gran Guareschi, nunca tiene prisa. El hombre sólo puede presentar sus medallas, es decir, sus cicatrices en la batalla contra la sordidez y por ellas será generosamente recompensado.
El aforismo de la CTC es una llamada al compromiso ineludible al que se enfrenta el cristiano del siglo XXI porque la batalla final ya ha comenzado... y no hay forma de evitarla: hay que combatirla.