Decíamos en Hispanidad que la Ley Celaá moldeaba a la perfección al alumno que quiere el Sanchismo: perezoso, ignorante y sobreprotegido. Y recuerden el pensamiento Celaá: si los alumnos repiten mucho... pues suprimimos las repeticiones. Pedir más esfuerzo no es progresista. Para la entonces ministra de Educación, doña Isabel Celaá, mandar a un estudiante a repetición era una decisión muy seria, que afecta al alumno y al sistema” -¿será porque el sistema de este Gobierno sociopodemita quiere alumnos cada vez más perezosos?
Pues bien, según recoge El Mundo, los miembros del Observatorio Crítico de la Realidad Educativa (Ocre) han mostrado, utilizando ejemplos concretos, cómo algunas normativas surgidas a partir de la Ley Celaá no han hecho sino llevar «el absurdo» a las aulas. Véase, cuando aún gobernaba la socialista Francina Armengol, los colegios de Baleares enviaron a las familias unos boletines de notas donde el sistema tradicional del 1 al 10 se había sustituido por un semáforo de colores. El verde significaba «progreso bueno»; el amarillo, «progreso regular», y el rojo, «progreso inadecuado». Al final, no quedaba claro, entre otras cosas, si el alumno que saca un amarillo tiene un 4, un 5 o un 6.
También la Generalitat valenciana, de Ximo Puig (PSOE), con Compromís en Educación, publica El Mundo, cambió la evaluación este curso: invirtió el orden de una escala del 1 al 5 para que el número más bajo mostrara el nivel más alto, en contra de toda lógica. Hubo padres que se hicieron un lío cuando sus hijos llegaron a casa con un 5 en todas las asignaturas, creyendo erróneamente que habían aprobado en vez de tener un hondo suspenso.
Señala El Mundo que los representantes de Ocre han catalizado el malestar que ha ido creciendo entre unos profesores cansados de que los políticos lo cambien todo sin prever las consecuencias. Buena parte de ellos pertenece a una izquierda desencantada y autocrítica.