Pedro Sánchez genera mucho ruido para procurar a los ciudadanos una turbiedad social informativa suficiente para que no se fijen en lo principal, que son sus manejos mediáticos y corruptelas políticas. Luego está la actuación de su ministro Óscar Puente, un verdadero metepatas profesional que, no sin querer, está puesto donde está, a modo de cortafuegos, un auténtico muro que opaca la actividad del gobierno, que no dedica su tiempo a hacer política, sino a los tacticismos de poder a nivel nacional o autonómico. Y mientras, aspectos verdaderamente trágicos que sí son de candente actualidad -ahora mismo los padres de familia y colegios se dedican a preparar el curso 24-25-, quedan ensombrecidos por los desenfoques mediáticos interesados. Ejemplo, la educación de nuestros hijos. La ley de educación del gobierno Sánchez, armada por Isabel Celaá y sostenida por Pilar Alegría, es tan mala y tan rebuznante que perpetra una verdadera conspiración contra nuestros hijos.
Posiblemente, aquellos que contemplan la ley desde la barrera callan por ignorancia o porque piensan que a ellos no les afecta y, sin embargo, con la educación de los hijos nos jugamos mucho, y la honorabilidad familiar es lo de menos. Nos jugamos la valía personal e intelectual de nuestros hijos, el valor de la sociedad y el crecimiento económico del país de las próximas generaciones, que no es poco, aunque muchos lo lleguemos a ver desde el más allá. Precisamente, por esto hablamos de educación desde los cimientos, para construir con fuerza los pilares del edificio de todos: el futuro.
La educación es un derecho fundamental para la sociedad y una prioridad de cada una de las familias y los padres. La Constitución española de 1978 y la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 anunciaron las razones para que el Estado asumiera un papel protagonista y hegemónico en la educación. La educación es una cuestión crucial para todas las generaciones y para el porvenir de toda la sociedad, lo hemos dicho, pero debe pasar por la libre elección de los padres por el centro escolar, que eso sí es un derecho inherente y, por lo tanto, requiere un pluralismo y una viabilidad económica en las ofertas escolares, y ahí el estado es responsable de proveer los medios y recursos necesarios para se den dichas circunstancias, y no entrometerse peligrosamente invadiendo el adoctrinamiento en la escuela, que es lo propio de los estados totalitarios.
Un sistema educativo sólido debe estar libre de visiones ideológicas, cosa que precisamente este gobierno -en general, los de Occidente- actúa de forma intrusiva en los contenidos anulando y añadiendo asignaturas o a través de contenidos transversales en la formación, o deformación, de nuestros hijos. Lo cierto es que hoy en día, la formación de los ciudadanos del mañana está rodeada de delirios ideológicos, riesgos y manipulación de la realidad. Un sistema educativo unificado requiere un espacio de libertad que fomente la reflexión, el análisis, el debate y el error. Berta Rivera, en su ensayo Maleducados (Sekotia) hace la siguiente denuncia-reflexión: “Resulta difícil seguir definiendo la educación como ascensor social; y eso es lo más grave que se puede decir de un sistema educativo, porque si la educación no es el camino para salir de la pobreza, para progresar, ¿qué lo es? Los vacíos tienden a llenarse, ¿cómo se llena el vacío que deja la educación como ascensor social? Esa pregunta es pertinente aunque nos parezca intempestiva y hasta innecesaria porque el sistema educativo, en apariencia, cumple con su cometido; la realidad nos demuestra que no lo hace porque hemos caído en una trampa fatal: para sacar a adolescentes de las calles hemos hecho la educación obligatoria hasta los 16 años, para bajar el número de suspensos hemos bajado el nivel de exigencia, para evitar las repeticiones de curso las hemos limitado cuando no prohibido, hemos reducido las horas lectivas efectivas y al tiempo que vaciábamos los currículos escolares de contenido los llenábamos de ideología”.
La socialdemocracia ha propiciado un sistema educativo que controla la educación de sus miembros, que desmantela el sistema y que es firme partidario del igualitarismo, lo que les convierte en férreos enemigos de la autonomía individual, los derechos humanos y la libertad social. El sistema educativo se basa en dos valores: la laboriosidad responsable y el reconocimiento de autoridad, y la ley en España rema en sentido contrario, admitiendo la perdida de la costumbre del esfuerzo y la tenacidad. En Querido alumno, te estamos engañando (Temas de hoy) el catedrático Daniel Arias, es casi vehemente en su denuncia, proveniente de veinte años de experiencia docente, porque “la actitud antiuniversitaria de muchos estudiantes, apresados por las redes sociales, los móviles inteligentes y demás herramientas digitales, hace que sea el ciber quien rige sus vidas y no al revés. El problema es grave porque estos alumnos no solo terminan por no poseer conocimientos dignos de su calidad de universitarios, sino que han perdido el interés en alcanzarlos; este se ha desplazado hacia el entretenimiento y la evasión crónicas”. Y mientras tanto, Arias recrimina con dureza que «la sociedad disimula y mira para otro lado».
Marco Fabio Quintiliano, fue un educador español, vivió en Roma durante los emperadores Vespasiano y Domiciano. Estudió derecho y trabajó como abogado, llegando a una prestigiosa escuela de oratoria y retórica en Roma. Su obra, Institutio oratoria, se publicó desde el medievo hasta el siglo XIX con normas sabias y atinadas sobre la instrucción de los niños y su preparación para la educación superior. Las máximas de Quintiliano enfatizan la importancia de un maestro que no sea el único responsable de la educación de un alumno, sino que también aliente al alumno a aprender de los demás.
El maestro es clave en el sistema educativo, y su autoridad se desvanece si se debilita. Así, La República de Platón enumera el signo de la decadencia democrática en la escuela, donde los padres no se atreven a corregir a sus hijos, los hijos ultrajan a sus padres, el maestro teme al alumno y el alumno desprecia al maestro. Estos signos tienen origen en la falta de autoridad en el hogar y en la familia. En los últimos años, proliferan programas sobre comportamiento y planes de convivencia en la escuela, sin embargo, el número de alumnos que no aceptan la corrección del maestro por comportamientos incorrectos incrementa. Massimo Recalcati, autor de La hora de clase (Anagrama) explica que el pacto generacional entre docentes y padres se ha roto, y que los padres se han aliado con los hijos y abdicado de sus responsabilidades como padres. La nueva alianza entre padres e hijos desactiva toda función educativa por parte de los adultos, que se han convertido en sindicalistas de sus propios hijos.
La responsabilidad de dar viabilidad a un sistema sano de educación parte del gobierno, siempre y cuando este lo haga en la libertad de los verdaderos responsables de la educación: los padres, ya lo hemos dicho. De forma de que el estado dé las opciones de elección para el uso de la libertad de los progenitores a la hora de poder escoger el centro escolar, ya sea público, concertado o privado. Esta libertad no solo debe ser de elección, también del destino del dinero que el estado dispone para cada alumno y que los padres puedan hacer uso de ello, en este caso el cheque escolar -anatema para los gobiernos socialdemócratas-, sería la forma de ser justos en igualdad y alejarnos de los igualitarismos, siempre sectarios e injustos.