En poco tiempo, nos jugamos el futuro de Occidente. El 5 de noviembre, Donald Trump y Kamala Harris decidirán cómo serán los próximos cuatro años de nuestras vidas. Lo que ocurra en Estados Unidos tendrá un efecto dominó que, desde Bruselas, llegará hasta España, imponiendo las nuevas directrices del imperio. Kamala Harris, proveniente de un gobierno liderado por Joe Biden, representa una Administración que ha dejado su huella en la historia global con guerras como la de Ucrania y, más recientemente, el conflicto en la franja de Gaza entre Israel y Palestina, no solo sin resolver, sino creando mayor división. Por otro lado, a nivel local, la Administración ha impulsado con fuerza la llamada "guerra de género". Marguerite A. Peeters, en su ensayo La revolución de género, escribe que «el consenso de Pekín incluyó una estrategia de aplicación, denominada “transversalidad de género”, una integración sistemática de la perspectiva de género en las principales políticas y operaciones de una institución determinada. La integración de la perspectiva de género afecta a todas las instituciones, a todos los sectores de estas instituciones (si se trata de un gobierno, a todos los ministerios), a todas las sociedades, a todos los niveles, sin excepción». Esta reforma ideológica, iniciada en 1997 por Kofi Annan, ha sido promovida globalmente por la ONU y hoy encuentra su referente en el Partido Demócrata de Estados Unidos, con Joe Biden, y su relevo, que se llama Kamala Harris.
Sin embargo, Kamala Harris no solo hereda las decrépitas condiciones neurológicas de Biden, salpicado de memes y situaciones límite como en el debate celebrado con Donald Trump, sino también su propio historial, que ha sido francamente mediocre. Harris no siempre ha contado con el apoyo dentro de su propio partido, aunque ahora parece que están cerrando filas, conscientes de que el tiempo se les agota. Es importante recordar que el cargo de vicepresidente en Estados Unidos es de apoyo, no ejecutivo, y que a menudo su éxito se atribuye al presidente, pero los fracasos los asume personal y políticamente. Harris asumió tareas complicadas desde el inicio de su mandato, como el reto migratorio, el derecho al aborto y la reforma electoral, y su desempeño ha sido cuestionado, sobre todo desde dentro de sus filas electorales.
La integración de la perspectiva de género afecta a todas las instituciones, a todos los sectores de estas instituciones (si se trata de un gobierno, a todos los ministerios), a todas las sociedades, a todos los niveles, sin excepción
El gobierno del católico Joe Biden -que todavía desconozco la razón de que no le hayan excomulgado- ha perseguido a los ciudadanos provida, en su mayoría cristianos, y ha expulsado con dureza a miles de inmigrantes, aunque los medios de comunicación solo pongan el foco en Trump. En este terreno de la inmigración, la gestión de Harris fue tan desastrosa que “prácticamente se encerró en un búnker durante un año, evitando muchas entrevistas, por lo que sus asistentes interpretaron como miedo a cometer errores y decepcionar a Biden”, según el diario New York Times.
Tras este fracaso, Biden le asignó la tarea de recuperar el derecho al aborto después de que el Tribunal Supremo de EEUU revocara tal derecho en 2022, anulando la sentencia Roe contra Wade. De hecho, la promesa estrella que ofrece en la actualidad para su candidatura, como no puede ser otra, y con el apoyo de la mayor multinacional dedicada a los abortorios, Planned Parenthood, es precisamente el aborto, al que pretende impulsar hasta convertirlo en un derecho fundamental para la mujer, sin plazos, sin alegar causas de ningún tipo, y hasta el momento del parto, es decir, niños completos donde ya no se ofrecen dudas -caso de que alguien las tuviera-, de que un feto desde su embrión es un ser humano, y se podrá ver con total evidencia, sin analíticas ni microscopio, que se trata de un crimen legalizado con el beneplácito de la sociedad sordo-ciega, individualista y materialista, que conforma el orbe posmodernista…
La promesa estrella que ofrece Kamala es que pretende impulsar el aborto hasta convertirlo en un derecho fundamental para la mujer, sin plazos, sin alegar causas de ningún tipo, y hasta el momento del parto, es decir, niños completos
Algunos podrían preguntarse si prefiero otro imperio a Occidente, como Rusia, China o los países árabes. Mi respuesta es clara: quiero mi imperio, el de Occidente, pero el de sus orígenes y fundamentos, el de los principios judeocristianos que han dado lugar a una cultura avanzada de libertades, solidaridad, el de las industrias y democracias que han permitido sociedades modernas y derechos fundamentales. Sin embargo, Occidente ha renegado de sus principios, matando al ser humano en nombre de la libertad, antes de nacer, antes de morir, y mientras vive... Se ha convertido en una sociedad neoliberal que valora únicamente la materia y la producción. Que divulgan, legislan y propagan ideologías que pervierten al ser humano, desamparándole de su propio yo, perdidos en su propia identidad como persona y, por lo tanto, la pérdida absoluta de su dignidad.
Volver a la cultura judeocristiana, es volver a los principios que hicieron del hombre un ser digno que reconocía su propio yo como criatura en un ámbito donde la verdad y la libertad eran el timón y el aire que hinchaba las velas y le hacía avanzar sin temor a la cancelación del pensamiento crítico y libre. Occidente, cuyas raíces se hincan en Europa, tuvo su inicio, como muy bien explica Santiago Cantera en su libro La crisis de Occidente, un crecimiento basado en las columnas principales del helenismo, romanismo, germanismo y cristianismo. En este mimo libro se recogen unas palabras de Adolfo Muñoz Alonso que dicen que «sin el cristianismo, la decadencia del Imperio Romano habría arrastrado consigo cualquier posibilidad cultural humana. El pueblo romano fue el gran arquitecto de Europa. El germanismo asegura para la historia occidental la fortaleza de sus ciudades. El cristianismo infunde vida real, social, política y cultural a esa inmensa catedral del Medievo, en la que hasta los disidentes no se sienten extraños a la hora de la plegaria que les religa con Dios».
Oswald Spengler, en su clásico de 1918, La decadencia de Occidente I, apuntaba con claridad y quizá muy desanimado que «Occidente no lo es todo y, además, se acaba». Spengler predijo que alrededor del año 2000 la Civilización occidental entraría en el estado de emergencia previo a la muerte. Y es que es algo que se evidencia en la destrucción del ser humano y sus sociedades. Pasarán todavía años, no sé si lo veremos muchos de nosotros, pero sin duda la humanidad volverá al corazón de Dios, y recuperaremos los fundamentos que alguna vez guiaron nuestra cultura de la vida. Volveremos al ser interior del hombre.