Un artículo de Sam Ashworth-Hayes que fue publicado por el Spectator (Reino Unido) el 11 de diciembre de 2022 argumenta que la catástrofe de la muerte asistida en Canadá es una advertencia para el Reino Unido. Se trata de un artículo importante porque la muerte asistida (eutanasia) está siendo muy debatida en el Reino Unido, recoge Infocatólica de LifeNews.

Ashworth-Hayes escribe: «Hay una razón por la que la gente ha advertido contra la legalización de la eutanasia una y otra vez. Los incentivos para que los individuos y el Estado se comporten de forma diabólica son simplemente demasiado fuertes para ser ignorados. Una vez que se abandona la salvaguarda moral esencial de que el asesinato está mal, la progresiva normalización de la muerte por un médico se expande inevitablemente.

Esto es de nuevo visible en Canadá, donde 10.000 personas fueron asesinadas por sus médicos sólo en 2021. El ámbito de aplicación de la ley se ha desplazado ahora de las personas que se enfrentan a una muerte inminente a aquellas que simplemente experimentan síntomas «intolerables» en opinión del paciente o del médico. Y, animados por estos buenos resultados, los legisladores están ampliando ahora la cobertura a los enfermos mentales, a quienes se ofrecerá la opción de acabar con todo. Muévete rápido, rompe cosas y pregunta después, recoge Infocatólica de LifeNews.

El alcance de esta normalización es asombroso. Una marca de ropa lanzó una campaña publicitaria centrada en una joven que había elegido morir; el hecho de que lo hubiera hecho como respuesta a la incapacidad del sistema sanitario canadiense para tratarla quedaba fuera de la pantalla. Si no puedo acceder a la atención sanitaria, ¿puedo acceder a la atención a la muerte?, preguntó en junio; la respuesta, al parecer, fue afirmativa.

Una vez que se abandona la salvaguarda moral esencial de que el asesinato está mal, la progresiva normalización de la muerte por un médico se expande inevitablemente

Este caso habla de un problema fundamental con la muerte asistida. Hay personas en Canadá que habrán suplicado, una y otra vez, que se les proporcione una vivienda adecuada, o que se les facilite otro tipo de alojamiento. Pero estas cosas son caras e implican un esfuerzo considerable por parte de la burocracia estatal. La muerte asistida sólo requiere dos firmas y la depresión de una jeringuilla. Y aunque pueda ser un desenlace terrible para aquellos cuyas vidas podrían haberse salvado, la eutanasia supone un tremendo impulso fiscal para el Estado. Los enfermos mentales son costosos, los discapacitados son costosos, los enfermos son costosos. Ocupan espacio en los hospitales, ocupan el tiempo de los médicos, suponen una carga para los servicios del Estado, exigen que los trabajadores del Estado trabajen,  recoge Infocatólica de LifeNews.

Como Yuan Yi Zhu ha señalado en estas páginas, todo esto nunca debió ocurrir. La puerta a la distopía de Canadá se abrió en 2015, cuando el Tribunal Supremo declaró que los temores de «un descenso por una pendiente resbaladiza hacia el homicidio» eran solo eso: temores fundados en nada más que especulaciones y alarmismo.

En otras palabras, la pendiente resbaladiza sigue siendo la mejor descripción práctica de cómo funciona realmente el cambio social: una vez que hay impulso detrás de una causa, una vez que se abandonan las salvaguardias de principio esenciales de que un curso de acción es totalmente erróneo, una vez que estamos de acuerdo en teoría en que los argumentos que obligan a dar el primer paso se aplican igualmente al segundo. En resumen, una vez que empezamos, es muy difícil encontrar un lugar estable donde parar. Los responsables políticos británicos que se planteen seguir el ejemplo de Canadá deberían plantearse dónde termina»,  recoge Infocatólica de LifeNews.

Y es que la eutanasia y el suicidio asistido suponen traspasar la frontera ética de que la vida es sagrada y ni uno mismo y ni mucho menos un tercero puede disponer de ella. Esa frontera ética está en la conciencia de todas las personas del mundo. Y por eso es acorde con la ley natural: respetar la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción a la muerte natural.

Y esa frontera ética debería estar reconocida por las leyes: como el ‘no’ a la pena de muerte, al asesinato o al homicidio. Es decir, es la misma razón por la que hay que oponerse también a la pena de muerte, al asesinato o al homicidio: no con un argumento religioso, sino meramente humano y racional.

En los países donde se ha aprobado la eutanasia y el suicidio asistido, está ocurriendo que se empieza permitiéndola sólo en casos excepcionales y por voluntad propia, pero se termina aplicándola sin restricciones, a cualquier persona e incluso en contra de su voluntad, y de manera especial a los más débiles y vulnerables: enfermos mentales, ancianos, discapacitados sobre todo intelectuales..., que no pueden defenderse ante la decisión de otros -el Estado, un médico, los jueces, los políticos, sus familiares- sobre sus vidas.

Se trata de un plano inclinado o pendiente deslizante muy difícil de parar que provoca que la vida no tenga ningún valor, especialmente la de los más débiles y vulnerables, y que sea a ellos a quienes se termine aplicando al eutanasia sin su consentimiento.