Al hilo de la reciente sentencia a prisión permanente revisable (PPR) para la madre de Desirée, de 7 años, por el asesinato de la pequeña, asfixiándola, hacemos un repaso a los condendos con este tipo de sentencia.
Así, nos encontramos que en el último lustro, de una lista de 33 personas que han sido condenadas con prisión permanente revisable, nueve eran varones, acusados de matar a sus propios hijos o a los de sus parejas: en el caso de las mujeres 'sólo' fueron ocho, incluyendo el más reciente, el precitado caso de la madre de Desirée.
Y esto nos lleva a reflexionar, por ejemplo, sobre el término recién acuñado de 'violencia vicaria'. En manos de la feministas este concepto se aplica, básicamente, al hombre que, queriendo dañar a la mujer, utiliza a los hijos que tienen en común, o sólo la mujer, acabando con la vida de los pequeños. Sin embargo, al revisar la lista de condenados a PPR, mujeres y hombres están casi empatados en este tipo de delitos contra los más pequeños -no lo olvidemos, son ellos los que pierden la vida. Entonces, cómo llamamos a esa violencia, ¿doméstica? ¿intrafamiliar? ¿violencia de género?... o ¿violencia feminista?
Y todo esto se intensifica -recordemos que hablamos de los últimos 5 años- en un periodo en el que las leyes y la mentalidad feminista de Irene Montero y sus seguidores se difunde a diestro y siniestro. Una teoría feminista que aboga porque la mujer siempre es la víctima y el varón el agresor.
Como publicáramos en Hispanidad: las feministas se niegan a aceptar que la mujer también ejerce violencia sobre el varón, con hechos palabras y omisiones. Si la mujer no ejerciera lo que las feministas llaman violencia psicológica contra el varón, sería que la mujer es idiota, pero resulta que no lo es, ni las feministas creen que lo sean.
La ley contra la violencia de género, apoyada por la derecha idiotizada del Partido Popular, no puede ser más injusta. Castiga al varón por ser varón y la sola palabra de la mujer basta para encarcelarlo. Y como ocurre en los delitos de odio, al final, el hombre debe demostrar su inocencia.
La muy consensuada ley contra la violencia de género no ha servido para reducir la violencia doméstica pero sí para enfrentar a varones y mujeres, la mitad de la humanidad contra la otra mitad, en la batalla más estúpida que recuerdan los siglos.