Insistimos: La eutanasia y el suicidio asistido suponen traspasar la frontera ética de que la vida es sagrada y ni uno mismo y ni mucho menos un tercero puede disponer de ella. Esa frontera ética está en la conciencia de todas las personas del mundo. Y por eso responde a la ley natural: respetar la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción a la muerte natural.
Y esa frontera ética debería estar reconocida por las leyes: como el ‘no’ a la pena de muerte. Es decir, es la misma razón por la que hay que oponerse también a la pena de muerte: no con un argumento religioso, sino meramente humano y racional.
Al aprobar la eutanasia, España se unió al grupo de países en los que la eutanasia es legal: Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, Canadá y Colombia; así como a los estados de Oregón (Estados Unidos) y Victoria (Australia).
En estos países está ocurriendo que se empieza permitiéndola sólo en casos excepcionales y por voluntad propia, pero se termina aplicándola sin restricciones, a cualquier persona e incluso en contra de su voluntad, y de manera especial a los más débiles y vulnerables: enfermos mentales, ancianos, discapacitados sobre todo intelectuales..., que no pueden defenderse ante la decisión de otros -el Estado, un médico, los jueces, los políticos, sus familiares- sobre sus vidas.
Se trata de un plano inclinado o pendiente deslizante muy difícil de parar que provoca que la vida no tenga ningún valor, especialmente la de los más débiles y vulnerables, y que sea a ellos a quienes se termine aplicando al eutanasia sin su consentimiento.
Se trata de un plano inclinado o pendiente deslizante muy difícil de parar que provoca que la vida no tenga ningún valor, especialmente la de los más débiles y vulnerables, y que sea a ellos a quienes se termine aplicando al eutanasia sin su consentimiento
Ese plano inclinado o pendiente deslizante es la que ha denunciado el arzobispo católico de Edimburgo (Escocia), Mons. Leo Cushley, quien ha escrito a los católicos instándoles a oponerse a la legalización del suicidio asistido que se está debatiendo actualmente en el Parlamento escocés. El prelado advierte que aunque al principio la ley sea restrictiva, acabará usándose para acabar con ancianos y todo aquel que suponga una carga, recoge Infocatólica de LSN.
En una carta pastoral dirigida a los católicos de la archidiócesis de San Andrés y Edimburgo, el arzobispo Leo Cushley advirtió que la legalización del suicidio asistido «erosionaría aún más la forma en que nuestra sociedad valora la vida humana, que ya ha sido gravemente socavada por el aborto legal».
Rechazó la noción de que la muerte era un asunto puramente privado, escribiendo que «todo lo que hacemos afecta a todos los demás para bien o para mal».
«Nuestra actitud ante la vida, tanto en su inicio como en su final, determinará inevitablemente nuestra forma de abordar la vida en todas las etapas intermedias, lo que a su vez afectará al tipo de sociedad que construyamos juntos», añadió Cushley. «Las leyes que hagamos sobre cómo tratamos a los que se acercan a la muerte informarán gradualmente sobre cómo se valora la vida humana en todos los aspectos».
Mons. Cushley advirtió que las «consecuencias» de un proyecto de ley de este tipo «probablemente serán graves y de gran alcance, como ya lo demuestra la experiencia en otros países»
Mons. Cushley advirtió que las «consecuencias» de un proyecto de ley de este tipo «probablemente serán graves y de gran alcance, como ya lo demuestra la experiencia en otros países». El prelado mencionó las permisivas leyes canadienses, belgas y holandesas sobre el suicidio asistido, señalando cómo tales legislaciones habían comenzado con «límites estrictos». «Legalizar la eutanasia enviaría un mensaje a toda la sociedad de que las vidas que conllevan sufrimiento físico y mental, o graves discapacidades físicas, pueden considerarse que ya no merecen ser vividas», recoge Infocatólica de LSN.
«Esto no sólo es erróneo en principio -ya que ninguna vida carece de valor-, sino que también podría tener un efecto terrible y trágico en las personas vulnerables en sus momentos más débiles».
El arzobispo añadió que, al legalizar el suicidio asistido, los «frágiles y ancianos» podrían verse como una «carga» para los demás, o incluso «sentirse presionados para pedir ayuda para acabar con sus vidas».
La oposición al suicidio asistido no necesita necesariamente una creencia religiosa, argumentó Cushley, pero añadió que «a la luz de nuestra fe podemos ver razones aún más convincentes para rechazar la eutanasia», recoge Infocatólica de LSN.