Lo decía una vieja guía de bolsillo de la ciencia moderna:
Si es verde o repta, es biología.
Si huele mal es química.
Si no funciona es física.
Si no se entiende son matemáticas.
Si no tiene sentido es economía o psicología.
Me he acordado del dicharacho universitario al oír el lamento jeremiaco de Pedro Sánchez, representante eximio de la comunidad científica mundial, advirtiendo al presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla, el del nombre largo, que "escuche a la ciencia", a cuenta del asunto más grave al que se enfrenta el país: Doñana.
El presidente del Gobierno es de los que cree que la ciencia conforma el futuro. Por tanto, debe ser obedecida sin dilación. Lamentablemente, nadie sabe qué es la ciencia. Si cambiamos ciencia por científico... nos encontraremos con que un científico dice blanco, su compañero de laboratorio dice negro, y que lo que la misma 'comunidad científica', que nadie sabe lo que es, proclama hoy como "A", no lo duden, mañana proclamará que es "Z".
Pero el Sanchismo, como tantos otros 'ismos' contemporáneos, negó a Dios y con ello negó la ley natural. Por ello, necesita construir un dios y ahora ha decidido que ese dios es la ciencia. Una ciencia que naturalmente nada tiene de científica, porque para el doctor Sánchez, ciencia es aquello que él considera científico y, más en concreto, conforme a sus intereses.
¿El límite de la ciencia está en el método científico? También, pero no es su principal limitación para conocer al ser humano. El hombre es mucho más que materia: es alma, o espíritu, o personalidad, o mentalidad que, a estos efectos, son sinónimos. El hombre no sólo es fisiología sino también es psicología.
Pero, sobre todo, hoy entendemos la ciencia, no como sabiduría sino conocimiento empírico, que no abarca el espíritu humano, lo inmaterial. Por tanto, la ciencia empírica es, no limitada, es limitadísima.
La coña de Doñana es la coña de la ciencia sanchista. Escuchad a la ciencia, truhanes, escuchad a Sánchez. Él sí que sabe. ¡Menudo ridículo!
"Escuchad a la ciencia"... ¿puede haber algo más ridículo? Sánchez vive en la mitificación de la ciencia empírica... y el asunto resulta bastante cachondeable.