Nos encontramos en un momento de crisis existencial como país, una situación que afecta tanto a la estructura nacional como a sus ciudadanos. Vivimos en una burbuja mantenida por un macrosistema financiero y político dirigido desde Bruselas. Y en España, debemos evitar caer de nuevo en la trampa del odio y la ambición desmedida por el poder. No debemos ponernos melodramáticos, pero hay quienes aseguran que, sin el control de Europa, la “burbuja azul”, estaríamos al borde de un nuevo enfrentamiento civil, ya que las condiciones actuales recuerdan peligrosamente a las que precedieron a nuestra Guerra Civil.
Es cierto que todos los países enfrentan conflictos internos, pero la mayoría logra superarlos y avanzar. Aunque siempre existirán nostálgicos y detractores en ambos bandos, en otros lugares la política ha sabido cerrar esas heridas y evitar su uso como herramienta para ganar votos o perpetuarse en el poder, estrategia que explota el PSOE desde que José Luis Rodríguez Zapatero descubrió que partir de nuevo a España, desde el rencor y el revanchismo, a la izquierda sociológica le da réditos en las urnas. Lo saben en el PSOE y lo dijo Alfredo Pérez Rubalcaba: sin Franco no tendríamos nada que hacer. Son el comodín habitual cuando tienen que despistar el foco de atención o la demoscopia pinta fea. No obstante, tampoco creo que España sea única en sus problemas. Reconozcamos que dentro de la propia Unión Europea también existe competencia desleal entre países, y a menudo se aplican políticas que perjudican sectores clave, como el agrario o el pesquero. En lugar de fomentar un crecimiento sostenible, se opta por soluciones simbólicas, como imponer tapones “imperdibles” en las botellas de plástico, mientras nuestros campos mueren y los barcos se oxidan anclados, sin uso.
Europa, que en su origen prometía unidad y colaboración, parece haberse convertido en una estructura burocrática que prioriza sus propios intereses. Mantiene una legión de funcionarios y diputados con sueldos exorbitantes, lo que fomenta la mediocridad política y un sistema donde las responsabilidades parecen diluirse, independientemente de los resultados.
En España, la brecha entre los ciudadanos y las instituciones crece de manera alarmante. Nos encontramos ante un país paralizado, con un Gobierno sostenido por pactos políticos que priorizan los intereses partidistas y personales sobre el bien común. El Gobierno de Pedro Sánchez, cubierto bajo la sombra de la corrupción y la manipulación de las leyes a su conveniencia, se apoya en partidos nacionalistas a los que sólo les interesa el botín de las arcas españolas y en aliados de izquierda cuyos intereses son la permanencia en el poder.
La oposición no ofrece un panorama más esperanzador. El PP, que debería ser una alternativa de derecha sólida, carece de un proyecto claro y parece más preocupado por no arriesgar que por proponer soluciones contundentes de verdadera alternativa política al Gobierno actual. Ambos líderes, Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez, en el Congreso, se dedican a los rifirrafes del salseo de la corrupción para demostrar quién es más corrupto de los dos, en vez de aportar ideas, programas y soluciones a los ciudadanos. Da la sensación de que desde la oposición, esperan a que el Gobierno muera por inanición más que por su aportación como un cambio político sólido.
Dentro de la propia Unión Europea también existe competencia desleal entre países, y a menudo se aplican políticas que perjudican sectores clave, como el agrario o el pesquero. En lugar de fomentar un crecimiento sostenible, se opta por soluciones simbólicas, como imponer tapones “imperdibles” en las botellas de plástico, mientras nuestros campos mueren y los barcos se oxidan anclados, sin uso
Por su parte, Vox, que crece según los sondeos, enfrenta un aislamiento sistemático por parte de los dos principales partidos. Este bloqueo busca preservar los pactos del bipartidismo y evitar que se rompa el equilibrio de poder. Aunque Vox representa a 5 millones de ciudadanos y no se le atribuyen casos de corrupción, su programa desafía el progresismo que Europa promueve, lo que lo convierte en un actor incómodo para el sistema y en la medida de lo posible, en España se le arrincona, cuando no se le cita específicamente para no pactar nada con ellos.
Bruselas, bajo el pretexto de defender la democracia, marginaliza a los partidos que considera “ultras”, ignorando el respaldo popular que estos tienen. Esta actitud no solo limita el debate político, sino que también mina la confianza de muchos ciudadanos, que ven cómo sus preocupaciones son desestimadas. Las políticas progresistas, percibidas cada día más como un expolio fiscal y una imposición de normas no votadas, como las disposiciones de la Agenda 2030, generan una sensación de rechazo creciente.
Y en medio, los ciudadanos, siempre perdidos y perdedores en todo este embrollo, no tanto por quién esté en el gobierno, sino porque nadie gobierna para los ciudadanos. La fractura social es evidente, con un electorado socialista que mantiene su fidelidad por miedo, nostalgia o tradición, sin importar las acciones de sus líderes y una derecha sociológica sin movilizar...
¿Este escenario, no demanda una reflexión profunda y un cambio de actitud de los votantes? Si queremos ser coherentes con nuestras expectativas políticas y, en consecuencia, con nuestro voto, debemos salir de nuestra zona de confort. Una herramienta útil para ello son los comparadores de programas políticos, que permiten analizar las propuestas de manera objetiva. Informarse y comparar es esencial para tomar decisiones que realmente representen nuestros intereses y valores. Solo así podremos recuperar nuestra voz en un sistema que parece haberse olvidado de los ciudadanos, cada vez con más poder y más avasallador desde la política, donde sus señorías se encriptan en fundamentalismos democráticos para tratar de marginar a los disidentes del sistema.
La servidumbre voluntaria (Página Indómita), de Étienne de la Boétie. El autor, un alto funcionario, escribió este breve librito al reaccionar contra el fanatismo de su época. Lo escribió, no solo para la política, también para las relaciones humanas en general, porque no entiende por qué tanta gente se somete voluntariamente a los demás, e incluso los venera y protege, cuando podría no hacerlo. El libro viene que ni pintado hacia la admiración servil que algunos votantes tienen con sus líderes políticos, que siempre justifican lo que hagan.
Breviario de los políticos (Acantilado), de Cardenal Mazarino. Es un alegato hacia los políticos de su época que hoy sigue siendo tan nuevo que ni se han estrenado sus consejos. Solo un ejemplo, dice: “Procura no dejarte arrastrar por sentimientos intensos. No sobrestimes tus palabras ni tus actos. No te ocupes de cosas inútiles y de las que no vayas a sacar ningún provecho en el futuro. No te dejes llevar por la ira ni por la sed de venganza […]. No hagas nada por mera rivalidad. Evita los litigios, aunque en algún caso eso te perjudique […]. Si alguien te empuja a emprender algo, procura que asuma parte del riesgo”.
Cómo combatir el lenguaje totalitario de las izquierdas (La burla negra), de Óscar Rivas Pérez. El libro es un preciso y certero análisis del discurso de odio de las izquierdas españolas. El libro desmonta su discurso y explica las trampas de su relato y demuestra que el lenguaje izquierdista rezuma veneno porque su pensamiento produce veneno. Es un libro de combate que combate el lenguaje con el lenguaje, pues la batalla que no se libra se pierde, y la de las palabras es una batalla decisiva que la derecha ha de librar.