Nadie cuestiona que Alexis de Tocqueville, Friedrich Nietzsche y Fiódor Dostoievski han sido los tres grandes profetas de nuestra época. Sí, todos coincidimos en reconocer que, de un modo u otro, los tres supieron ver y señalar alguno de los aspectos más esenciales del futuro europeo, de ese futuro que ahora es nuestro presente. Pero cuando hablamos de un futuro, nos referimos a un futuro nada halagüeño, donde el materialismo ha hundido a la sociedad en una suerte de hedonismo nihilista que corrompe a toda sociedad humana, política y muy especialmente la social. Una sociedad vaciada de personas que han sido sustituidas por ideologías y tecnologías absorbentes que terminan tiranizando al individuo en su natural actividad profesional y social. Pero además de estos tres pensadores de ideas tan dispares, existe un cuarto pensador, esta vez español, al que los europeos cultos volvieron siempre su mirada a causa de su extraordinaria capacidad de vaticinio después de cada una de las convulsiones políticas y sociales, y que, sin embargo, no goza hoy de la fama universal de los tres anteriores. Se trata de Juan Donoso Cortés (1809-1853). Elio Gallego García ha escrito Estado de disolución. Europa y su destino en el pensamiento de Donoso Cortés. Obra de calado profundo, con reflexiones muy acertadas y referencias que enriquecen sobradamente el mensaje de fondo que es hacer reflexionar al lector sobre las consecuencias de una forma de determinada de hacer estado, sobre todo la que se aleja del pensamiento cristiano. Los tiempos que tocaron vivir a Donoso Cortés no se diferencian tanto de los de hoy, salvando las distancias lógicas de los avances científicos y tecnológicos. Sin embargo, la naturaleza humana es la misma y sucumbe o se encumbra por las mismas razones. Y lo que él previó fue, sintéticamente, esto: el destino de Europa estaría marcado por el despliegue en el tiempo del racionalismo, con un liberalismo inicial que sucumbiría ante al voluntarismo «democrático» de las masas, y éste a su vez se diluiría en otro estadio, esta vez «socialista», centrado exclusivamente en el igualitario goce de los bienes materiales y en el bienestar. Una época narcisista y egocéntrica y, sobre todo atea, que finalmente daría paso al nihilismo, entendido éste como un estado de disolución general. Da vértigo oír estas palabras 150 años después. ¿Qué hay en común para que suceda lo mismo hoy como ayer (1850)? ¿Qué hace el poder político de bien o de mal para que la senda del ciudadano recorra pasillos tan iguales? Se trata de eso, de un estado de disolución que termina por derrumbar las piedras angulares que sostenían la fe de los hombres, la creencia en la capacidad de unos pocos para que su vida fuese mejor. Les invito a oír este programa de SomosLibro en el que se habló de Estado de disolución que les presento hoy. Una larga tertulia en la que concurrieron Elio Gallego García, Marcos López Herrador, José Barta Juárez y un servidor. Humberto Pérez-Tomé Román @hptr2013