Nunca he sentido ningún tipo de acercamiento a la figura de Francisco Franco. Ahora empiezo a sentirlo, porque me repugna ver la cobardía sanchista de pisarle el rabo, o sea, profanar el cadáver, del león después de muerto y no en vida.
Acercamiento no significa entusiasmo pero me he releído el corto testamento de Franco y he caído en la cuenta de que el monstruo fascista resulta que era católico. Es cierto que en eso de perdonar a los enemigos prefiero las últimas palabras del general Ramón María Narváez, cuando el cura que le atendía le preguntó si perdonaba a sus enemigos y el Espadón de Loja respondió: "No puedo, los he fusilado a todos". Franco también fusiló pero no pudo hacerlo con Pedro Sánchez (tranquilos, es una hipótesis, no puede ser delito de odio) dado que cuando el uno murió el otro acababa de nacer: era poco fusilable.
Dejando a un lado su testamento, resulta que Franco, como jefe del Estado, le entregó a la Iglesia la educación moral de la sociedad española. Y la cosa tuvo consecuencias positivas, pueden creerme.
Franco era un militar católico creo que más que un católico militar. Vamos, que pensaba que la disciplina era una virtud, cuando la virtud es el sacrificio: forzada la una, voluntario el otro
También construyó seminarios y no sólo concedió a la Iglesia la dirección moral de las escuelas sino también de los hospitales y del propio ejército.
Digo que mañana, 20 de noviembre, cuando se cumplen 47 años de la muerte de Francisco Franco -ya no se puede hablar del anterior jefe del Estado porque fue el anterior del anterior- a lo mejor conviene releer el testamento del afamado caudillo, a quien se presenta hoy como un personaje tétrico, pero lo cierto es que mi padre, que vivió bajo el Caudillo, como buen castellano con retranca se cachondeaba de él con aquello de "a éste, si le dejan, se corona emperador de Marruecos".
El Franquismo recibió una bula de cruzada de Roma, mientras el nazismo y el fascismo con el que se le compara y en los que se le integra, recibieron dos encíclicas condenatorias.
En resumen, que, al parecer sí, al parecer Franco era católico.
Eso sí, era un militar católico más que un católico militar. Vamos, que pensaba que la disciplina era una virtud, cuando la virtud es el sacrificio, forzada la una, voluntario el otro.
Con tanto sectarismo progre, con tanto antifranquismo idiota... dan ganas de convertirse en franquista hoy, en 2022. Tranquilos, resistiré la tentación
Con todo, ¿estará Franco en el cielo o en el infierno? Pues no tengo ni la menor idea, ni sobre él ni sobre nadie, porque la conciencia sólo Dios la conoce y es Dios quien la juzga. Ahora bien, conviene destruir la idea de que Franco no es más que la concreción de todo lo peor. Sencillamente, porque es falsa.
Del mismo modo que, en sentido opuesto, también se puede identificar su Régimen como la quintaesencia del cristianismo, siempre amante de la libertad individual, especialmente de la libertad de cada conciencia. En cualquier caso, los regímenes no se salvan ni se condenan, las que se salvan o se condenan son las personas.
Pero es cierto que, con tanto sectarismo progre, con tanto antifranquismo idiota... dan ganas de convertirse en franquista hoy, en 2022. Tranquilos, resistiré la tentación.
¿Fue bueno el Régimen de Franco para la Iglesia? Por supuesto que sí. Franco era muy consciente de que si la II República hubiera dejado en paz a los cristianos, él no hubiera ganado la guerra.