Ante las elecciones al Parlamento Europeo previstas para junio surge el grito, pronunciado en 1982, de San Juan Pablo II a Europa, desde Santiago de Compostela: ¡Europa sé tu misma, recupera tus raíces cristianas!
Una frase que resume todo lo que quiero decir. La actual Unión Europea, que en cuanto tiene un problema pide auxilio a Estados Unidos, su antigua colonia, para que le defienda de los malos. Europa ha perdido su espíritu cristiano, que une la mansedumbre a la fortaleza, que no golpea pero sabe defenderse cuando le golpean. El cristianismo es recio y abierto a los cuatro puntos cardinales, lo mismito que la cruz. El panteísmo es blando como la plastilina y cerrado sobre sí mismo, en círculo.
Por tanto, Europa no pinta nada en el mundo. Ha pasado de ser maestra de la humanidad a alumno torpe y timorato con el que nadie quiere compartir apuntes porque ni ofrece nada ni arriesga nada.
La degeneración de Europa, nacida del Cristianismo, ha recorrido el camino que va de la ética a la moral y de la moral a Cristo. La ética es sólo civismo. Ya saben: pagar los impuestos y no molestar en exceso al Código Penal para que la sociedad pueda sobrevivir.
En el mejor de los casos, la ética se queda en lucha contra la corrupción más primaria, la de no meter la mano en la caja. Da para poco. Enseguida, el cruzado por la ética se da cuenta de que los corruptos más peligrosos no son aquellos que buscan el poder para obtener dinero sino aquellos que buscan el dinero para obtener poder, entendido el poder como la capacidad de infligir daño al prójimo y de que el prójimo te tema.
Vivimos la crisis de las dos fuerzas mayoritarias de la postguerra: la democracia cristiana y el socialismo
El siguiente escalón a la ética es la moral. Aquí ya entramos en el terreno del bien y del mal, y no en la foto pública sino en la intimidad de las personas, que es donde nacen bondad y mala uva.
Ya estamos en el segundo escalón, el de la denigrada moral. Denigrada como concepto, claro está, que no como contenido. Por ejemplo, todo español lleva dentro un seleccionador nacional y un obispo, para dictaminar lo que está bien y lo que está mal. Además, el agnóstico también habla de ética y de moral pero seamos francos: o traspasamos al tercer escalón, la trascendencia, o hablaremos mucho y haremos poco. Haremos la actual Europa burocrática y aburrida o seguiremos hablando de esa tontuna llamada valores europeos, queramos o no queramos, y todo ellos desde el más exquisito agnosticismo. Ahora bien, enseguida aparece el tercer escalón: la moral es optar entre el bien y el mal. Aunque para eso necesita tener claro que el bien existe y que el mal es la ausencia de bien. Es decir, necesito superar el relativismo de la última generación analógica, aquella que todavía leía, que anda ya en la sesentena. Y el proceso no acaba ahí, claro, porque la pregunta malvada surge de inmediato: si Dios no existe, ¿por qué puñetas iba yo a optar por el bien cuando el mal, la ausencia de bien, resulta mucho menos comprometido y por tanto, mucho más cómodo? Eso por no hablar de los más pérfidos: aquellos que sienten una atracción por el mal.
Europa ha desandado demasiado camino dede la Europa cristiana de antaño y ahora niega a Cristo, que es el fundador de Europa, así que anda un poquito confundida. Se conforma con una ética contra la corrupción: hemos pasado de la bizarría a la blandenguería.
Ante las elecciones de junio al Parlamento Europeo nos dan a elegir entre un socialismo que ha perdido su razón de ser, la justicia, que es de Cristo, y una democracia cristiana que ha perdido la libertad... la libertad de los hijos de Dios.
Hay que refundar Europa, recuperar las raíces cristianas del continente. O eso, o nos convertiremos en una colonia de Oriente. Ya estamos en ello.