En Canadá, el primer año completo en que la eutanasia fue legal fue el año 2016. Ese año fueron eutanasiadas 1.018 personas.
En 2022, en ese país fueron eutanasiadas en torno a 13.000 personas, según publicó el profesor de bioética Alexander Raikin.
Y en 2023, según las estadísticas gubernamentales difundidas en su informe anual sobre asistencia médica para morir (MAID, por sus siglas en inglés) de Salud Canadá, un total de 15.343 personas fueron eutanasiadas en ese país, lo que supone un aumento del 15,8% con respecto a 2022, el 4,7% de las muertes, recoge Aciprensa.
Esas 15.343 muertes por eutanasia se dividieron en un 95,9% clasificadas como de la Pista 1 (personas con condiciones terminales) y un 4,1% como de la Pista 2 (personas sin condiciones terminales). Mientras que las personas con discapacidades supusieron el 33,5% de las muertes de la Pista 1 y el 58,3% de las muertes de la Pista 2, lo que evidencia una sobrerrepresentación de este grupo, señala Life News.
La semana pasada, Hispanidad recogió que, en España, desde la entrada en vigor de la eutanasia (25 de junio de 2021) y hasta el 31 de diciembre de 2023, se han perpetrado 1.515 eutanasias: 173 durante 2021; 576 en 2022; y 766 durante el año 2023.
Lo que demuestra que nuestro país, al igual que Canadá, empieza a deslizarse por el peligroso plano inclinado o pendiente deslizante por el que transitan los países que han aprobado la eutanasia: el número de eutanasias va creciendo año a año...
Además, se empieza permitiéndola sólo en casos excepcionales y por voluntad propia, pero se termina aplicándola sin restricciones, a cualquier persona e incluso en contra de su voluntad, y de manera especial a los más débiles y vulnerables: enfermos mentales, ancianos, discapacitados, sobre todo intelectuales..., que no pueden defenderse ante la decisión de otros -el Estado, un médico, los jueces, los políticos o sus familiares- sobre sus vidas.
Un plano inclinado o pendiente deslizante muy difícil de parar que provoca que la vida no tenga ningún valor, especialmente la de los más débiles y vulnerables, y que sea a ellos a quienes se termine aplicando al eutanasia incluso sin su consentimiento.
Porque la eutanasia y el suicidio asistido suponen traspasar la frontera ética de que la vida es sagrada y ni uno mismo y ni mucho menos un tercero puede disponer de ella. Esa frontera ética está en la conciencia de todas las personas del mundo, es decir, que es ley natural: respetar la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción a la muerte natural. Y esa frontera ética debería estar reconocida por las leyes: como el ‘no’ a la pena de muerte, al asesinato o al homicidio. Es decir, es la misma razón por la que hay que oponerse también a la pena de muerte, al asesinato o al homicidio: no con un argumento religioso, sino meramente humano y racional.
Por otra parte, como dice el Papa Francisco: “La eutanasia es un fracaso del amor, un reflejo de una ‘cultura del descarte’". Mientras, los cuidados paliativos “afirman la dignidad fundamental e inviolable de cada persona, especialmente de los moribundos, y ayudándolos a aceptar el momento inevitable de paso de esta vida a la vida eterna”, explica el Santo Padre.