Son los dos vectores de este fin de año y del mundo actual. El primero, descrito con palabras del siglo IV, pronunciadas por Cirilo de Jerusalén, un tipo bastante sabio. ‘Sinencambio’, mucho me temo que son aplicables a la España de 2024, donde la felicidad no reina ni tan siquiera como poder meramente representativo no ejecutivo.
¿Que por qué estamos tristes, aún en Navidad? Es evidente: porque hemos roto con Cristo, el gran consolador del hombre.
Una amiga me justificaba hace poco su desordenada vida amorosa con estas palabras: “Yo necesito que me abracen”. En efecto, es lo que pierde a muchos hombres y mujeres, que confunden el afecto con el roce, sin darse cuenta de que el mero roce suele acabar en el abrazo del oso o de la serpiente pitón. El afecto de Cristo, o del verdadero amor humano, no es material porque nada material puede llenar el alma del hombre.
Pero cuidado, porque hay que hablar de otro vector de la sociedad contemporánea, aún más dañino: si por el camino anterior llegamos a la conclusión, falsa, de que Dios no existe, no podremos mantener, por mucho que lo intentemos, esos llamados ‘valores’ -que no son otra cosa que principios y virtudes-, de los que tanto nos gusta hablar como sustitutos de nuestra fe en Dios y sobre todo de nuestra caridad, amor, a Dios. Porque cuando los cínicos nos asalten con la afirmación de que ‘Si Dios no existe ¿para qué ser bueno?’... resulta que andarán cargados de razón.
La culpa de todos los males de la España actual, España triste, no la tiene Pedro Sánchez que insisto, es una consecuencia, no la causa del mal real: que España se ha descristianizado, expresión que me sirve de poco porque no describe la tragedia: la tragedia es que el español de hoy no habla con Dios. Así de sencillo y así de profundo. La solución la tiene usted al alcance de la mano, en la España del siglo XXI y en la Jerusalén del siglo cuarto.