Hablaba recientemente de una autoridad eclesiástica de primer nivel que mosqueó a algunos feligreses que le escucharon hablar de la Eucaristía como un “símbolo”. Le preguntaron que quería decir y nuestra eminencia, con un deje de suficiencia, les respondió si ellos eran de aquellos ingenuos que creen que Dios estaba realmente presente en el pan y el vino consagrados. Resulta pertinente.
Pues bien, el Papa Francisco, a quien representa nuestro monseñor, sí que lo cree. Así lo expuso el pasado lunes, 19 de junio, ante el Comité Organizador del Congreso Eucarístico Nacional de los Estados Unidos. Recojo una cita del discurso en español del Papa, traducido por la agencia Zenit. Ojo al dato: “Hoy en día, a veces entre nuestros fieles, algunos creen que la Eucaristía es más un símbolo que la presencia real y amorosa del Señor. Pues es más que un símbolo, es la presencia real y amorosa del Señor”. Lo dijo con reiteración, no fuera a ser que alguien no se hubiera enterado. Y de la afirmación a la ordenanza: “Por tanto, que el Congreso Eucarístico inspire a los católicos de todo el país (EEUU) a recuperar el sentido de la maravilla y del asombro ante este gran don que el Señor nos ha dado, y a pasar tiempo con Él en la celebración de la Santa Misa, así como en la oración personal y en la adoración del Santísimo Sacramento”. Uno diría que Francisco aconseja a los católicos acudir a la eucaristía diaria y adorar al Santísimo expuesto en la custodia.
Porque la cosa no acaba ahí. El Papa, este presunto Papa progre, da un paso más y encarece la adoración al Dios eucaristizado: “Creo que en esta época moderna hemos perdido el sentido de la adoración. Debemos recuperar el sentido del silencio, de la adoración. Es una oración que hemos perdido, poca gente sabe lo que es, y vosotros, obispos, debéis catequizar a los fieles sobre la oración de adoración: la Eucaristía nos lo pide”. Recuerden: poca gente sabe lo que es la adoración. Sin embargo, otra vez la Iglesia de minorías, resulta que la adoración eucarística ha resucitado en el siglo XXI, de la mano de las capillas abiertas 24/365: 24 horas al día, 365 días al año, con el Santísimo expuesto en la Custodia, no recogido en el Sagrario, oratorios donde siempre debe haber un fiel adorando, en silencio, sin liturgia alguna, Dios y el hombre, al menos durante una hora, que es el consenso que se ha impuesto en Occidente sin necesidad de que nadie lo determinara y sin liturgia alguna. Allí nadie habla, todo es en silencio.
Pero el discurso de Francisco también se refería a la Eucaristía: “En este sentido, no puedo dejar de mencionar la necesidad de promover las vocaciones al sacerdocio, porque, como decía san Juan Pablo II: ‘No hay Eucaristía sin Sacerdocio’ (Carta a los sacerdotes para el Jueves Santo de 2004). Se necesitan sacerdotes para celebrar la Sagrada Eucaristía”. De vez en cuando, conviene recordar la evidencias olvidadas: Sin curas no hay eucaristía. Sin eucaristía no hay adoración.
No está mal el discursito para quienes califican a Francisco como Papa progre: defensa de la presencia real de Dios en la eucaristía, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, llamada a la adoración del Santísimo y necesidad de sacerdotes para consagrar, porque es lo que tienen los regalos de Dios: que siempre exigen la cooperación del hombre. Recuerden a San Agustín: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. La libertad humana es condición irrenunciable de la historia y la Eucaristía hace la Iglesia.
En cualquier caso, Francisco ha estado de lo más pertinente porque la batalla final, la que ya se está dando, es batalla eucarística y porque las armas del cristiano en esta batalla final son dos: la Eucaristía y Santa María.