Visto como anda el patio católico, conviene recordar lo que debería resultar obvio pero no lo es en modo alguno: el Papa Francisco es el verdadero Papa.
Ni las bendiciones a parejas gays, perdón a gays en pareja, ni el Sínodo de la Sinodalidad, que a nadie importa pero del que algunos se aprovechan para incordiar un poco, ni la división en la Iglesia, obispo contra obispo, ni los escándalos sexuales -absolutamente exagerados, pero con alguna sustancia real- del clero, ni la ausencia de niños, trocados por perros, ni la ignorancia litúrgica más absoluta, que reina hoy en Europa, antaño maestra de mundo, ni la Blasfemia contra el Espíritu Santo, que lleva a llamar bien al mal y mal al bien, nada de ello describe con tanta precisión la crisis profunda de la Iglesia, y por tanto del mundo, como la falta de respeto habitual, cotidiano, universal, hacia la Sagrada Eucaristía. La Iglesia, por tanto, el mundo, vive de la Eucaristía, y la desacralización de la misma supone una crisis terminal.
Estamos llegando a la pregunta evangélica: "Cuando vuelva el Hijo del Hombre ¿encontrará fe sobre la tierra?" Francisco no se atreve a tensar la cuerda para que no se rompa pero el problema es que una cuerda flácida resulta un objeto inútil
Y ahora vuelvo al Papa Francisco, es el verdadero Papa y cualquier discusión sedevacantista al respecto es una calumnia que debe ser solventada de inmediato. Porque una cosa es que el Papa me caiga simpático a mí, que no me cae simpático, y otra bien distinta que sea una mal Papa o mucho menos que sea no sea el Papa verdadero.
Aún así, en mi opinión, tal y como ocurre con las fincas en Extremadura, la 'gestión de Francisco es manifiestamente mejorable'. Parece claro que el Papa no se atreve a hacer frente al problema de la pérdida de fe y a los atentados contra la doctrina, por lo que prefiere convivir con ellos y, en especial, dar pábulo a la disidencia. La disidencia más importante es la del clero centrífugo pero tomaré como ejemplo el Lobby gay. El Lobby gay no quiere estar en la Iglesia. Es más, le importa un pimiento. Lo que no soportan es la crítica. Por el contrario, aquellos católicos con tendencias homosexuales que sí quieren permanecer en la Iglesia lo hacen muy a gusto con el catecismo de San Juan Pablo II, que les exige castidad, mientras también exige a los católicos heterosexuales que traten a los homosexuales con respeto y delicadeza. Varios de estos homosexuales católicos escribieron recientemente a Francisco para decirle eso: que están muy contentos con la doctrina de la Iglesias sobre la sodomía y que no hay nada que cambiar.
Es cierto: no estamos en una era de cambios sino en un cambio de era, en un momento histórico crucial. Cualquier cosa, incluso cualquier barbaridad o cualquier resurrección, es hoy posible y plausible
Pero el lobby gay no pretende respeto: lo que pretende es que nadie se atreva a criticarle jamás por nada. En parte, eso ya lo ha conseguido con los delitos de odio, en los que se confunde delito y pecado, a veces delito y simple grosería. Los del Lobby gay no son cristianos ni quieren serlo, pero tampoco aceptan que Iglesia sentencie que los actos homosexuales son pecaminosos. No creen en el pecado... pero no aceptan que nadie les tilde de pecadores.
El recordatorio resulta pertinente, por lo ocurrido en la Catedral de Nueva York, que admitió en funeral por un activista trans, y donde el grupo de LGTB prorrumpió en gritos y silbidos en el templo, además de protestar porque no se oficiara la eucaristía.
Y ahora hablaré de un lector de Hispanidad llamado Jaime Fomperosa. Se ha convertido en el apóstol de la comunión en la boca y de rodillas. Reconozco que al principio no le presté la atención debida: parecía una obsesión tanta reiteración en la necesidad de que se volviera a comulgar en la boca y no en la mano. Con el tiempo he comprendido que Fomperosa tiene toda la razón: las bestialidades que ahora mismo se están perpetrando en las misas, mismamente en las iglesias alemanas, demuestran que el mal está dentro y que la desacralización de la Eucaristía y las burlas hacia el milagro cotidiano de la transustanciación está en la raíz de la más profunda crisis eclesial de la historia ahora mismo. Sí, hay que volver a comulgar en la boca de rodillas: es fundamental.
Comulgar en la boca y de rodillas no es una cuestión menor: puede ser el inicio de la resurrección de la Iglesia
En estas circunstancias, sería de desear que el Papa Francisco no siguiera "corriendo como manguera a las inundaciones y con barcas de salvamento a los incendios". Tiene que reaccionar, no basta con aguantar hasta que pase el vendaval.
Pero también estoy seguro de que no ganamos nada criticando al Papa o poniendo en duda su autoridad, en lugar de rezar por él. En primer lugar, porque todo eso es mentira y calumnia. En segundo lugar porque la oración es omnipotente. Por último, porque hay que convencer a Francisco de que, aunque su actitud fuera más firme, no rompería nada porque estamos hablando de algo que ya está roto.