El argentino Pablo Caruso, recientemente fallecido, fue uno de los mejores periodistas que yo haya conocido. Porteño, coñón, aseguraba que los argentinos procedían de españoles e italianos… y que habían heredado lo peor de ambos. Y eso que amaba profundamente a su país.
Yo pienso que, entre las notas distintivas del argentino se cuenta la de atender menos al texto que al contexto.
El argentino es rígido como buen español y mentiroso como buen italiano. Al mismo tiempo, el buen argentino es tan leal como el buen íbero y tan coherente como el mejor emiliano. Sí: el Papa Francisco es argentino.
Y así es como me introduzco en la rueda de prensa del Pontífice en el avión de vuelta a Roma tras su viaje a Hungría y Eslovaquia. Merece la pena leerla entera, pero me quiero centrar en la pregunta sobre si se debe ofrecer la comunión a Joe Biden, el presidente católico y descaradamente abortero de los Estados Unidos de Norteamérica del norte.
Un Papa dual: condenó el aborto sin ambages y de forma palpable. Al tiempo, dio a entender que no le prohibiría la eucaristía a Joe Biden
Observen que la respuesta de Francisco es dual. Por una parte, condena el aborto, todo tipo de aborto, incluido el de la fase de la píldora anticonceptiva (hace bien, dado que las anti-baby que se venden hoy en el mercado son, todas ellas, potencialmente abortivas), pero luego hay una segunda -primera en orden cronológico- respuesta sobre Biden, acogiéndose a que él, el Papa, nunca le ha negado la comunión a nadie y estableciendo una distinción entre teoría y práctica. La teoría de Francisco es impecable: no se puede ofrecer la comunión ni al no bautizado ni al bautizado “alejado”. Sin embargo, en paralelo, Francisco decreta que, bien por ignorancia o bien por amor al prójimo, no piensa negar la eucaristía a nadie. Al menos, a nadie se la ha negado todavía… y ya cuenta.
Yo no soy tan caritativo como el Papa y mi mala leche es enorme: digo que por ahí es por donde pueden colarse los miserables tipo Joe Biden o Nancy Pelosi.
Insisto, el pontífice actual, inmerso en la mayor crisis de la historia de la Iglesia, se guía por una idea, una máxima, una actitud, que podríamos resumir de esta guisa: ¡Salvad lo salvable!... antes de que termine esta etapa fin de ciclo.
Por una parte, condena sin paliativos el crimen del aborto; por otra, “nunca le he negado la comunión a nadie”. Pues, ¡menudo lío, Santidad! Sobre todo porque Benedicto XVI decretó, precisamente en una carta sobre la Eucaristía, que, en política, no se puede llamar católico aquel que no cumpla con cuatro principios básicos, que calificó como “no negociables”, y que afectaban tanto a electores como a elegidos: vida, familia, libertad de enseñanza y bien común. Al político que incumpla estos principios no se le puede votar.
Por otra parte, el problema es que el precio de la dualidad y la distinción entre verdad y caridad puede provocar confusión y daño.
Aún más: contraponer verdad y caridad, doctrina y pastoral, resulta tan imposible como contraponer razón y fe… porque ambas son una misma cosa. La fe, la confianza, constituye la esencia de cualquier planteamiento racional y la verdad sin caridad es un bloque inservible, mientras que la caridad sin verdad se convierte en el más anticaritativo y repugnante de los amores: la filantropía. Verdad y caridad forman un solo cuerpo. No sólo no son incompatibles, es que son complementarios: constituyen una sola carne.
En cualquier caso, el problema de la dualidad ‘franciscana’ -el aborto es un crimen sin tapujos pero no le niego la comunión a ningún abortista-, además de la precitada confusión que puede generar entre la grey, hay otro asunto: “al conceder la comunión, a los que dan escándalo (que no consiste en hacer mohínes sino en incitar al mal), por caridad, todo ha ido hacia atrás y habrá muchos abusos”, como decía en una de sus revelaciones la madrileña Margarita de Llano. Salvad lo salvable no puede hacer olvidar que la batalla que libramos en el momento presente es batalla eucarística y que la indefinición de la Iglesia en el caso Biden puede dar lugar a la supresión de la Eucaristía, lo que supondría, no una tragedia, sino una catástrofe.
Supresión que podría ser emitida por la propia Iglesia, una vez superada la “barrera” -sí, barrera- Francisco.
No se debe ofender a alguien negándole la eucaristía pero, sobre todo, no se debe ofender a Dios… más que nada para no tragarse la propia condenación.
Por lo demás, si repasamos la historia, la Iglesia nunca tuvo ningún problema en distinguir entre la caridad hacia el comulgante, entre el deseo ferviente de otorgar la eucaristía, que es medicina, y en negar la comunión a quien provoca escándalo, a quien quiere compatibilizar el gran regalo de Dios al hombre con el asesinato del más indefenso.
Cuando se trata del hombre más poderoso del mundo, el escándalo de unir eucaristía y aborto, de exhibir su incoherencia, es mayor
Es más, por caridad, para no confundir a los fieles es por lo que se negaba la comunión al interfecto. Aunque se trate del presidente de los Estados Unidos, esto es, del hombre más poderoso del mundo, o también por eso, porque cuando se trata del hombre más poderoso del mundo, el escándalo de su incoherencia es mayor.
Por decirlo en términos ‘laicos’: Francisco se ha mantenido dentro de la legalidad en otra rueda de prensa en avión (mal de altura, que dicen sus críticos más malévolos), pero, Santidad, ¡qué lío!