9 de diciembre, festividad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin (no confundir con el actor español Juan Diego, cuyo proceso de beatificación aún no se ha iniciado), el indio al que se le apareció la Virgen María en México y donde comienza la veneración a la Virgen de Guadalupe, patrona de la Hispanidad... al igual que lo es la Virgen del Pilar, que conste. Aunque fallecido en 1548, Juan Diego Cuauhtlatoatzin tuvo que esperar hasta 2002 para que le canonizara un tal San Juan Pablo II.
Eso el 9 de diciembre, festividad de San Juan Diego. Tres días después, el 12 de diciembre, celebramos la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, propiamente dicha. Y entrambas celebraciones, sábado 10, Nuestras Señora de Loreto, otra maravillosa advocación mariana en España poco conocida.
Pero ojo, la advocación de la mexicana Nuestra Señora de Guadalupe no es sino una continuación de la advocación española de Nuestra Señora de Guadalupe (Extremadura). Hablamos de un continuo separado por casi 300 años, la de vaquero Gil Cordero y la del indio Juan Diego. Bien puede decirse que Hispanoamérica fue evangelizada por Nuestra Señora.
Las profecías no se han hecho para predecir sino para convertir. La oración del hombre puede cambiar cualquiera y lo hace a menudo. De hecho, Dios no creó el mundo, lo está creando en este momento
En ambientes católicos instruidos en la doctrina se habla de la teología de Cristo y de la devoción a Santa María. Si Irene Montero tuviera la más mínima noción de lo que estamos hablando, que no la tiene, hablaría de machismo teológico y hasta cierto punto tendría razón. No la tiene porque, naturalmente, Dios no es ni hombre ni mujer, aunque se encarnara varón y porque, naturalmente, su naturaleza divina supera las dos categorías de ese ser sexuado llamado hombre.
Y entonces es cuando saco a colación "Guadalupe, milenario río de luz", la nueva obra de Antonio Yagüe. Conozco a Yague desde hace unos 20 años. Es una fuerza de la naturaleza, uno de esos tipos que se pone a estudiar un asunto y lo agota, con el problema añadido a este tipo de personajes, desgraciadamente tas escasos: corren el riesgo de que, al pretender meterse el mundo entero en su cabeza, la cabeza les estalle. Pero esto lo dice un alzhémico como yo que, en el fondo, siente un envidia enorme y cochinísima por la capacidad de Antonio Yagüe para desvelar misterios y sobre todo para agotar los asuntos. Los que pilotamos en vuelo rasante, admiramos a este tipo de gente altos vuelos.
Yagüe se ha metido con la misterio de la Virgen de Guadalupe, de las dos Señoras de Guadalupe. El nombre y el origen lo pone España, la fama actual México. Francisco Anson otro genio no reconocido de esta España ingrata, lo hizo antes, con un libro que se ceñía a los enigmas de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, de México. Apasionante, porque, insisto, Nuestra Señora de Guadalupe no es sino la sucesora hispana de Nuestra Señora de Guadalupe, de España. Pues bien, Yagüe empieza por la extremeña y acaba por la guadalupana. Lo cual tiene todo su sentido, dado que estamos hablando de un misma aparición, con un mismo significado. Como recuerda el historiador Javier Paredes, la Madre de Dios nunca hace las cosas porque sí y cada advocación, y no digamos nada cada aparición, tiene un significado concreto para una época concreta.
El complejo más estúpido del católicismo actual: pensar que su fe es un sentimiento y que los hechos en los que se enraiza esa fe son leyendas: hay que ser bobo
En mi opinión, Antonio Yagüe es brillante como pocos y riguroso como nadie. Y si he de ponerle un pero -sólo por envidia, claro está- tiene un problema que lo es siempre de la ciencia profética: olvidar que Dios vive fuera del tiempo y que, por tanto, las profecías no se han hecho para predecir sino para convertir. En plata que la oración del hombre, arma todopoderosa, que no su ciencia, siempre escasa, puede cambiar la profecía anunciada y lo hace a menudo.
De hecho, Dios no creó el mundo, lo está creando en estos momentos, momentos que para Él no existen pero que marcan la percepción humana y la mismísima existencia del conjunto de la humanidad.
Insisto, queda poco tiempo. Libros como el de Antonio Yagüe que exploran las apariciones marianas en profundidad, yo conozco muy pocos. Con la erudita calidad de Yagüe, aún menos.
Además, este libro sobre las dos guadalupes tiene la virtud de dejar en berlina el complejo más estúpido del católicismo actual: pensar que su fe es un sentimiento y que los hechos en los que se enraiza son leyendas: hay que ser bobo.