Halloween no es más que los antiguos ritos de los druidas britanos, que como en tantas otras religiones estaban obsesionados con la muerte y con el Señor de la muerte. Como todo satanismo, siente obsesión por los sacrificios humanos, si es de bebés o de doncellas mejor que mejor, que matar la inocencia siempre ha sido uno de los placeres del Maligno.
Los druidas conjuntaban a los difuntos tras el comienzo del otoño y del invierno, las estaciones frías, las estaciones de la oscuridad y la muerte. Y sí, practicaban los sacrificios humanos y la prostitución sagrada, vamos, que beneficiaban a las jóvenes que exigían en pago por sus trabajos en favor de la comunidad. Todo muy escasamente original.
Y no: la dulcificación de las golosinas, y del truco o trato, no puede apagar el origen de Halloween.
Halloween es un canto a la muerte. Por mucho que intentemos dulcificarlas, las cosas responden a su origen. Y en cuanto a los disfraces infantiles... cuando menos lo único que estamos enseñando a nuestros hijos es a valorar lo feo (feísmo)... y a convertirles en unos horteras de cuidado: Halloween es, se lo aseguro, muy hortera.
En definitiva, sacrificios humanos y prostitución sagrada frente a santidad y salvación. Mejor santos y difuntos que sacrificios y muerte. El día de Todos los Santos nos enseña el camino hacia la plenitud de los hijos de Dios, a ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. El día de Difuntos nos enseña el tránsito de este mundo al otro. Ambos ensalzan la vida, mientras Halloween ensalza la muerte.
Que se la queden los gringos, que son unos horteras. Aquí no pinta nada esta fiestecita morbosa y cursi.